Me apasiona la etimología de las palabras. Me cabreo con la RAE por cómo claudica incorporando al diccionario algunas indefendibles. Me irrita quien reniega de hablar bien, ya no digamos si son estudiantes. Me encanta que me corrijan para aprender algo nuevo. Y me entusiasma el lenguaje, conocerlo y juguetear con él. Una herramienta tan potente que no solo nos diferencia del resto de animales, sino entre nosotros mismos. Hay un dicho en nuestro mundillo: "Lo que no se comunica no existe". Permítanme añadir que cómo se comunique moldeará su existencia.

No hablo de cómo se expresa cada uno o de los distintos idiomas. Las palabras, con su sentido unívoco, pasan por el filtro de mentes, corazones y tripas. Y adquieren su significado 2.0, su sello de autor. Quizá la RAE debería permitir a cada individuo formar su propio diccionario, o legitimárselo en su contexto. Un servidor tiene afán por deformar las palabras, hacerlas evolucionar. Por ejemplo, no hablaría de que intentamos sobrevivir en plena pandemia, sino de que más bien bajovivimos. Los que la resistan, lo harán con el peso en la mochila de seres queridos fallecidos, en la tormenta de un mal escenario económico, con el ánimo lacerado.

Me pregunto por qué podemos ningunear a alguien y no todearlo (puede que así, en vez de bullying, en los colegios hubiera más shining). Me gustaría que hubiera una palabra que definiera a esos seres maravillosos con los que no compartimos sangre pero a los que queremos como si fueran de nuestra familia, para así darle la categoría que merecen. No sé, a lo mejor podríamos referirnos a ellos como nuestra famifilia. Igual que hablamos de amor platónico para subrayar aquel que no se puede consumar, no entiendo por qué no propulsamos también los amores aristotélicos, aquellos en los que las dos partes se respetan por igual y honran el concepto de relación. Ya puestos, podríamos asociar otros filósofos a otros tipos de amoríos.

Y hablando de relaciones, me gustaría que tuviésemos la expresión opuesta a quien te pone entre la espada y la pared para dar el escaparate necesario a los que nos ponen entre la boca y la almohada. Y que igual que le decimos a alguien que le echamos de menos, le repitiéramos miles de veces que lo guardamos de más. Que una persona nos haga ganar la emoción en vez de perder la razón. Que aprendiéramos a desguadañarnos repitiendo de jóvenes la expresión "me estoy viviendo". Que los psiquiatras nos recetaran una terapia de psicosología a quienes nos encanta ir a lamernos las heridas paseando por la playa. Y que la RAE nos permitiera calificarnos de palabranautas a los que nos encanta navegar por ellas.

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