LAS palabras raras se multiplican con la fecundidad de los lemmings (y ahí va otra palabra rara). Pero al contrario de lo que dice la falsa leyenda sobre estos animalitos, no se suicidan en masa cuando hay tantos individuos que la supervivencia de la comunidad peligra. En nuestro idioma es habitual el desmadre demográfico, no sé si en otras comunidades más atentas a su supervivencia lingüística. Aurelio Arteta acuñó el término archisílabo (que no deja de ser otra palabra rara) para referirse al producto de estirarlas y darles más lustre y pingorote. Arteta lo presentó en sociedad dentro de un artículo de El País en 1995, y diez años después volvió a dedicarle otro porque siguen reproduciéndose. Amando de Miguel aportó a la filología politiqués, que define la jerga específica de los políticos… y de los que nos dedicamos a contar lo que cuentan los políticos. Cuando un archisílabo se introduce en el politiqués las consecuencias son atómicas. El catalán Miquel Roca dijo una vez en un dialecto que quizá era castellano: "El sector público está sobredimensionado y debe resituarse". Ni Castelar.

Salvador Pendón coincide con Roca en que el Estado sigue padeciendo sobredimensionamiento. Pero no en total, solamente por la parte de abajo. Una flebitis institucional. Las plantillas municipales se han cebado durante años. Era habitual la cola de demandantes ante la puerta del despacho del señor alcalde. Iban con un currículo en las manos cual carta a los Reyes Magos -cuando no el libro de familia para atestiguar su parentesco-. Entraban y no creo que llegaran a sentarse en sus rodillas pero pedir, pedían: lo que normalmente se llama una colocación. Si no en la plantilla, en alguna empresa consistorial. Una familia bien alimentada es una familia agradecida. Y en muchos casos simplemente la cercanía, el trato, estimulaba la compasión. Al alcalde qué más le da, si puede hacer un favor al vecino. Es una de las prerrogativas del cargo. Comparada con la prerrogativa de rebañar la tesorería resulta incluso cordial.

El problema lo localiza Pendón en los años de ladrillos gordos, que ahora van a ser desplazados por años (Dios quiera que menos de siete) de lápidas flacas. Los ingresos por licencias urbanísticas fueron extraordinarios y en los ayuntamientos resultaba fácil apuntar paisanos a la nómina, sin tener en cuenta que tales ingresos eran, pues eso: fuera de lo ordinario. Ahora no hay licencias ni fondos para pagar los sueldos. La propuesta de Pendón es soltar lastre poquito a poco, con jubilaciones anticipadas y con incentivos para que los trabajadores se vayan voluntariamente. Vaya incentivo tiene que ser ése… Lo que sea menos acudir al despido, a la gran palabrota, que es leerla o escucharla y santiguarse.

Eso sí: en la Diputación no sobra nadie. Todos sus miembros son necesarios, incluso el presidente. Aún no sabemos para qué.

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