Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Papa con barretina

LA visita del Papa a Cataluña, y su interpretación de la liturgia en catalán, ha puesto en evidencia el lado más insensato de los sentimientos patrióticos. Los desvaríos nacionales o nacionalistas (da igual) emergen en toda su mentecatez a la mínima oportunidad. Vayamos por partes. El odio salvaje de los tramontanos españoles contra el catalán ha encontrado un obstáculo inesperado. Benedicto XVI, igual que los tenderos de las Ramblas o que los políticos de ERC, no desdeñará el catalán y oficiará con él la misa. Y lo hará en público, no en secreto como oficiaba Aznar sus misas negras contra los nacionalistas. A mí me parece excelente que el Papa sacuda el idioma de los catalanes de todas las majaderías que han escupido contra él los radicales españolistas. Porque, seamos francos, los gruesos morteros lanzados contra la política catalana siempre han llevado consigo una guarnición de metralla pesada contra del idioma.

Ahora, sin embargo, llega el Papa y de algún modo reconoce la idiosincrasia catalana y el PP no tiene más remedio que explicarse. Rajoy tomó la iniciativa ayer y dijo: "Lo del Papa es lo mejor que le ha pasado al catalán nunca porque lo universaliza y lo sitúa en el mundo". ¡Hombre, tampoco es necesario llegar a esos extremos! No creo, sinceramente, que sea lo mejor que le ha pasado al catalán. Opino que lo mejor que le puede pasar a un idioma es, por un lado, el uso y, por otro, la literatura más que su, digamos, sacralización.

En el otro lado del espectro nacional, la visita del Papa ha despertado una serie de aspiraciones de corte fantástico que en su versión más radical preconizan la entronización de un Papa exclusivo para los catalanes (con su cisma de por medio, como el de Avignon), y en su versión más distendida una conferencia episcopal propia, con sus Roucos y sus Caminos a la catalana. De hecho circula un manifiesto firmado, entre otros, por el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol; los alcaldes de Lérida y Tarragona, los socialistas Àngel Ros y Josep Félix Ballesteros; el ex presidente del Parlamento y presidente del Patronato de la Sagrada Familia, Joan Rigol; los abades de Montserrat y Poblet, Josep Maria Soler y Josep Alegre; el presidente de CiU, Artur Mas, en el que se reclama, al calor de la llegada de Benedicto XVI, una exclusividad cultural de la Iglesia catalana semejante a la que impulsó el sobredicho Pujol cuando negoció infructuosamente fundar su propia conferencia de obispos. Por fortuna, en esta ocasión, el acendrado laicismo de la Generalitat ha detenido tales utopías.

Dejemos en paz el catalán. El culpable nunca es el idioma sino las sandeces extrínsecas. Se digan en catalán, en ruso, español o en esperanto.

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