Parados de oro

En un mundo con tanta desigualdad sorprende que no haya mayor reproche al mercantilismo en el deporte

Aunque aficionado al deporte, que no deportista, no tengo el menor interés por los diarios de temática deportiva, y suelo dejar en beneficio de cualquier lector de válvula ocasional el que regala el nuestro cada mañana. Siempre me han parecido excesivos en sus titulares con letras de colores, infantiles en sus mensajes simplones dirigidos a los eternos adolescentes que tienen como seguidores, serviles con los poderes a los que cuidan con una generosidad empalagosa casi obscena, tan febriles en esa cansina dialéctica Madrid-Barcelona que tan poco importa por aquí abajo.

Pero ayer, quizá para protegerme de la mañana lluviosa que siempre nos pilla sin paraguas, sí que se lo pedí al quiosquero, y cuando me disponía a desplegarlo por toda la mesita del bar como improvisado mantel de desayuno, me topé con su lastimera portada, como una necrológica deportiva y cursi ("acabó la agonía", titulaban…) del recién cesado entrenador del Madrid. Lo que no resaltaban tanto es que el tal Lopetegui va a embolsarse por apenas cuatro meses de trabajo la cantidad de dieciocho millones de euros, ni que el entrenador italiano que tenían previsto firmar no está dispuesto a renunciar a los diez millones que le asegura el Chelsea londinense por no hacer nada este año, y cuentan que está pidiendo por entrenar una auténtica burrada de sueldo y muchos años de contrato.

Imagínense cualquier empresa de renombre (la ACS de Florentino Pérez, por ejemplo) cuyo CEO toma una decisión arriesgada e impopular (al fin y al cabo, dejó sin entrenador a la selección nacional días antes de un mundial) que le cuesta a la entidad, entre unas cosas y otras, varias decenas de millones de euros. ¿Dónde estaría ahora ese alto directivo? En su casa viendo el fútbol por televisión, naturalmente. Bien pagado, seguro, pero en su casa.

Pero esto es fútbol, y hasta los hombres de empresa dicen que esto es distinto a todo. Un enorme transatlántico capaz de surcar todos los mares soportando vientos y tormentas, un negocio gigantesco y global con capacidad para aglutinar en su favor la potencia motivadora del deporte, la fuerza cada vez más poderosa de la imagen y la ingenuidad animosa de la masa. Y en un mundo donde la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor, no deja de sorprender la curiosa paradoja de que ese antipático componente mercantilista del espectáculo apenas tenga reproche.

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