En la cabeza de Francisco de la Torre, al parecer, sigue siendo un plan perfecto: antes se trataba, simplemente, de exponer en el Convento de la Trinidad una colección arqueológica que llevaba lustros embalada. Ahora, habría que sacar toda esa colección del museo que la expone y la acoge. Pero para el alcalde, el fin, que es llevar el Museo Arqueológico a la Trinidad tras su escisión del Museo de Málaga, sigue justificando los medios, que por otra parte serían harto dolorosos. Convendría reparar en las razones por las que se decidió unificar el viejo Museo Arqueológico y el Museo de Bellas Artes como dos colecciones de un mismo museo; en cuanto este legado, así ofrecido, como un único patrimonio, tiene de representación de la ciudad, de materialización de su identidad, de testimonio de su evolución, sus hitos y sus fracasos a lo largo de tres mil años de pervivencia. Por no hablar del significado cultural, histórico, social y sentimental que encierra el Museo de Málaga, en un Palacio de la Aduana cuyo uso expositivo fue reclamado en la calle a través de una movilización inédita y cuya transformación en el centro que es hoy parecía interminable hasta hacerse agónica, con un continuo retraso de los plazos que llegó a sonar a choteo y una inversión por parte del Gobierno de cuarenta millones de euros. Cabría pensar que los beneficios que podrían deducirse de una partición de todo esto deberían ser altísimos para justificar la salida de la colección arqueológica y la continuidad del Museo de la Aduana con una mera representación de la misma y una colección artística que es la que es, con sus hallazgos y valores, pero que no basta para justificar un equipamiento de tales dimensiones y alcances. ¿Bastaría el uso museístico del Convento de la Trinidad para esta justificación? De la Torre cree que sí. Nadie más lo ha hecho, ni en la Junta, ni en el Gobierno (ya estuviese en manos del PP o del PSOE), ni en la ciudadanía (a la que se brindó en su momento la oportunidad de pronunciarse sobre el uso cultural de la Trinidad y puso sobre la mesa opciones bien distintas) ni en ningún otro ámbito. Todos, supongo, deben estar ciegos para no verlo.

Mientras tanto, por obra y gracia de una gestión ineficaz de la Junta tenemos un Convento de la Trinidad sumido en su centenaria ruina y un Museo de Málaga al que le siguen faltando estructuras, impulso, atractivos y voluntad política. Pero el alcalde cree que la mejor medida posible es renunciar a lo poco que hasta ahora hemos podido sacar en firme para ganar, atención, otro museo, sólo que fuera del centro (aunque no demasiado). Nadie puede negarle a De la Torre su tenacidad, su capacidad de mantener sus argumentos inalterables contra viento y marea y el modo en que es capaz de esperar que los frutos caigan del árbol gracias a la incompetencia del resto de administraciones, adversarias o no en lo ideológico; pero su empeño en verter jarros de agua fría una y otra vez sobre el Museo de Málaga, en afirmar que "es bueno pero podría ser mejor", con todo lo que ha costado, no habla mucho en su favor. El quid no era tanto hablar bien de Málaga como del Ayuntamiento. Haber empezado por ahí.

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