la ciudad y los días

Carlos Colón

Pecado y crimen

EN el discurso de apertura del simposio Hacia la curación y la renovación, que tiene lugar en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el cardenal William Levada informó de que un total de 4.000 casos de abusos sexuales a menores por parte de clérigos llegaron a la Congregación para la Doctrina de la Fe en los últimos diez años.

Reconociendo "la inadecuada e insuficiente respuesta canónica" y "la falta de una respuesta verdaderamente coordinada". Lo dijo el prefecto de la propia Congregación. Pero no basta. Lo dijo ante los delegados de 110 conferencias episcopales y los superiores generales de 30 órdenes religiosas. Pero no basta. Lo dijo ante los medios que lo han difundido por todo el mundo. Pero no basta. Lo dijo con palabras del propio Benedicto XVI, afirmando que la curación de las víctimas debe ser "la preocupación prioritaria" de la comunidad cristiana y ha de ir unida a una "profunda renovación de la Iglesia en todos los niveles". Pero no basta. Lo dijo subrayando la necesidad de que la Iglesia colabore con las autoridades civiles porque la pederastia no sólo es un pecado y un delito en el derecho canónico, sino un crimen que viola las leyes penales. Pero no basta. Lo dijo recordando que Benedicto XVI ha exigido tolerancia cero para con los abusos. Pero no basta.

No basta, pese a que sean actitudes y palabras elogiables, porque se ha hecho demasiado daño durante demasiado tiempo. Porque se ha callado y encubierto durante demasiado tiempo. Sobre todo porque antes que las leyes civiles lo hicieran, cuando en Grecia y Roma la pederastia era tolerada, el Nazareno dijo: "Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar que escandalizar a uno de estos pequeños". La condena radical de la pederastia por parte del Nazareno antecede en muchos siglos al desarrollo ético que la prohíbe y a las leyes civiles que la castigan.

Hace dos mil años que los cristianos están avisados por su propio maestro y fundador, por Dios mismo encarnado en cuerpo humano. El sacerdote que comete este abominable pecado sabe que está atentando contra las bases mismas de su fe, contra la palabra de su Dios, contra su Iglesia y contra la comunidad a la que debe servir. Destroza vidas, hiere a la Iglesia, da las más poderosas armas a sus enemigos y les roba el bien más precioso, la fe, a quienes escandaliza.

Por eso estas palabras y estas actitudes, siendo loables, no bastan.

Se requiere aún mayor dureza y rapidez en la investigación interna; y una total colaboración con las autoridades civiles.

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