FELIPE González solía decir con frecuencia durante su primer Gobierno que no se podían pisar todos los callos a la vez. Esta reflexión, tan gráfica, no pudo oírla Pedro Sánchez, que por entonces no llegaba a los diez años. Desde luego no lo ha practicado en su etapa al frente del PSOE. Cierto que Pedro llegó a la máxima responsabilidad de su partido por un conjunto de casualidades. Fue la persona ideal que encontraron algunos dirigentes para intentar acompasar los calendarios orgánicos a sus propias apetencias. De este tacticismo temporal, Pedro Sánchez cosechó apoyos inesperados que le llevaron casi en volandas a la secretaría general. Pero su gran error fue que a partir de ahí comenzó a desarrollar sus propias creencias y a actuar conforme a sus planteamientos sin contar ni valorar los callos que iba pisando.

Creyó que era la militancia la que mandaba en el partido y que a ella se debía, sin preocuparse excesivamente de las resistencias y recelos que despertaba en las baronías. Confió que un secretario general elegido por todos los militantes sólo podía ser destituido por esos mismo militantes en votación individual y secreta. Pensó que los acuerdos adoptados por el Comité Federal eran de obligado cumplimiento y que su deber no era otro que dar forma al mandato unánime de decirle al PP que "no es no". Imaginó que dirigía un partido autónomo, capaz de mantener su propio criterio, sin tener que plegarse a las indicaciones de determinados medios de comunicación que trataban un día sí y otro también de señalarle la senda que obligatoriamente tenía que seguir.

Y con esa firmeza no calibró los recelos que iba despertando entre los poderes de siempre de este partido, que eran los líderes territoriales; confió, ingenuamente, en la lealtad prometida y en el apoyo proclamado. No valoró la fuerza de un aparato experimentado cada vez más firme, más clientelar y más poderoso que no estaba dispuesto a consentir sublevaciones. Erró al creer que los jarrones chinos solo estaban para adornar. No entendió cómo dirigentes que votaron una posición ante los pactos de gobierno, después, por filtraciones, insinuaciones y declaraciones renegaban de lo votado. No midió el efecto amplificador de los medios de comunicación que como una coral bien orquestada reclamaban el fin del osado dirigente que a tanta persona importante desatendía. Y en esta confusión, Sánchez naufragó en la calle Ferraz un sábado por la tarde. Pero no todo se ha perdido en el naufragio.

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