Hubo quien se refirió al asunto como un motivo de celebración, pero para un servidor fue una mala noticia que Pedro Moreno Brenes abandonase las filas de IU y el PCE. No por esperada (su disconformidad con la línea emprendida por la que hasta hace nada ha sido su casa venía siendo notoriamente abultada desde hace un lustro) su decisión resultó menos triste. Que Pedro, a pesar de todo, mantuviese la militancia y templara su voz crítica desde dentro nos permitía a muchos mantener la esperanza puesta en la izquierda de este país en relación a su función de motor de cambio en pro de la justicia social. En un insoportable desfiladero de corrupción política Pedro encarnaba, todavía, a la izquierda seria, la de la mayor altura de miras, la que aspiraba a conquistar el corazón del Estado con un objetivo esencial: garantizar la igualdad de todos los ciudadanos, la protección de los más débiles y la reparación de las víctimas que una crisis armada para el enriquecimiento inmoral (inmoral, sí) de unos pocos ha dejado tras su paso arrasador. Pero resulta que no, que IU optó por insuflar oxígeno a proyectos tan lamentables y anacrónicos como el independentismo catalán, organizado para la distinción preclara entre ciudadanos de primera y de segunda a tenor de razones como su adscripción ideológica o su lugar de nacimiento, en la más cristalina vulneración de los derechos constitucionales. Para ello, de paso, renunció a la aspiración legítima de una representación amplia, la que podría haber puesto a más gente de su parte con la consiguiente visibilidad al frente de las instituciones, para ocupar posiciones que podían satisfacer a los nostálgicos irredentos de la clandestinidad pero que en la materialización de la praxis resultaba tan inútil como el más indolente (y seguramente más honesto) cruzado de brazos. Pedro representa a esa izquierda a la que la Constitución le basta y le sobra para cambiar España en la buena dirección y hacer del país un territorio más solidario y más justo. Ahora, que Pedro haya desertado de IU y del comunismo (escribe esto alguien que rechaza el comunismo incluso en sus manifestaciones más amables, si es que algo así es posible), nos lleva a concluir que la izquierda resultante ya no tiene nada que ver con nosotros. Con el torpe país que la sostiene.

Cabía temer lo peor cuando Julio Anguita, cual abuelo con la baba caída, consagró a Pablo Iglesias como su criatura más perfecta. Pero lo peor no es que IU haya desaparecido del mapa bajo la sombra de Podemos, cuyo futuro también parece cada día más borroso a cuenta de sus políticas suicidas: lo peor es la escasa elegancia con la que esta generación ha decidido mandar a hacer gárgaras el sacrificio que aquella otra izquierda, la de sus mayores, la que de verdad se jugó el pellejo, la que salió a la arena cuando había leones, asumió para que tras la Transición España pudiera tener un futuro estable. Aquella izquierda, en cuyo PCE ya militaba Pedro, hizo algo que hoy resulta inaudito: renunciar a mayores cotas de poder (que en rigor de una reparación a cuenta del final de la Guerra Civil bien podrían haber pasado por legítimas) para enfriar los bandos y hacer posible una conciliación sin la que no habría desarrollo posible. En el siglo XXI, los fervientes cachorros llaman a esto el Régimen del 78. Tiene narices. Que hagan lo que les dé la gana. Yo me quedo con Pedro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios