La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

'Pedropablismo'

A la palabra democracia no se le pueden poner limitaciones entre el verbo y los hechos de su autoridad

En esa aspiración de dar ejemplo que deberían tener los líderes que nos gobiernan, el paradigma sanchista no parece ser un dechado de virtudes o una aspiración imitable que siente cátedra. Ni es un constructor de consensos. Lleva ya dos años gobernando y ha sido incapaz de sacar adelante unos presupuestos. Tampoco el arquetipo pabloleninista está siendo un manjar de decoro, templanza y buena voluntad. Incendiario republicano de día, imitador del peor chavismo de noche. La doble vara de medir torpezas de ambos es de asombro. El desparpajo con el que dan fe de su dureza facial asusta a propios y a extraños.

Hacer de la mentira un camino habitual, una vía cotidiana de uso para expiación constante de las limitaciones propias, hace que la mirada comparativa entre lo ideal y lo visible de tales gobernantes nos lleve a cierto debate intelectual para la asunción de conceptos tales como honestidad, sinceridad y servicio público.

Un presidente que recibe varapalos de los tribunales de justicia contra sus actos políticos, ha convertido tal revés en una oportunidad para demostrar su afecto al autoritarismo, la negación de la separación de poderes y su íntima (y escandalosa) forma de ejercer la soberbia. Porque a la palabra democracia no se le pueden poner limitaciones entre el verbo y los hechos de su autoridad. Pasar de las promesas de un tal Pedro a la realidad del Presidente Sánchez debería ser un poco más ejemplar de lo que nos lo presenta el marido de Bego.

Tampoco un vicepresidente que se jacta de estar con la gente puede convencer a nadie de ejemplaridad alguna tras una subida a la casta que despista. Atacar a los jueces según a quienes afecten los autos o sentencias que redacten en uso de su independencia, no es muy convincente. "El PP no volverá a sentarse en el Consejo de Ministros"; "ni como hipótesis remota contemplo yo ser imputado por el TS"; "los jueces son de derechas". Son frases que no animan a creer en la bondad regeneradora con la que, desde el pisito de Vallecas, cogió los votos Pablo para irse a vivir al chalé de Galapagar. Agarrarse ahora al aforamiento que él criticó por "decimonónico" es su nueva hipocresía.

El pedropablismo no es tanto gobernar como mantenerse en el poder al precio que sea. Un consenso dual por la mentira y el fariseísmo que tumba la más voluntariosa disposición de cualquier demócrata a confiar en ese poco regenerador estilo. Es un camino abierto hacia la deserción social de la decencia política.

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