Perdidos en la ola

La apuesta madrileña por la permisión y sus enormes réditos electorales bien contrastados pesan demasiado

En la portada del periódico del día de los inocentes, leo que "Andalucía dejará pasar las fiestas antes de imponer restricciones", pero no es una inocentada. El titular sugiere dos conclusiones: la primera, que en los días de Navidad no se van a limitar las actividades de ocio, como pide el sector; y la segunda, que en cuanto pasen las fiestas, los mismos que ahora miran para otro lado correrán a restringirlo todo. O visto de otro modo, la cabalgata de Reyes Magos como ansiada meta de políticos cortoplacistas y así, hasta que suenen las cornetas que anuncian la Cuaresma. Entre cautos, relajados y mediopensionistas, ahí andamos todos, surfeando la sexta ola como Dios nos da a entender, eso sí, siempre con mascarilla. ¿Quién dijo miedo?

Con la experiencia acumulada y viendo venir esta nueva acometida de la pandemia en forma de variante muy contagiosa del virus, el sentido común y las más elementales normas de comportamiento responsable de las instituciones aconsejaban un repliegue del ocio, siquiera nocturno, y la aplicación inmediata de decisiones que no han funcionado mal en los meses peores, como el teletrabajo. Nada de eso se ha hecho, en parte porque en todo este tiempo no se ha trabajado en procurar los mecanismos que aseguren la legalidad de las medidas, pero también porque nadie gana nada acordándolas, más bien lo contrario. La apuesta madrileña por la permisión y sus enormes réditos electorales bien contrastados pesan demasiado incluso para los que militan en ideologías opuestas, en un ambiente además de cansancio generalizado sobre el que hay que actuar con sumo cuidado. Curiosamente, las dos comunidades que han apostado claramente por las restricciones, Cataluña y el País Vasco, son las menos permeables a los efectos de las políticas de Madrid.

En este marasmo de contagios masivos, colapso de la Atención Primaria y autocontrol en forma de pruebas de farmacia poco concluyentes, pasamos los días entre el mal menor de la baja letalidad, los progresos en vacunación y la levedad de la gran mayoría de los casos, sin entrar a valorar el descosido que se produce en tantos sectores de actividad. Y nos aferramos, como si una nueva creencia se tratase, a ese estado de opinión que se va extendiendo según el cual esta nueva variante no es sino el principio del fin, que es el que verdaderamente está marcando las agendas de nuestros gobernantes. Y más les vale que, por una vez, estén en lo cierto.

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