Perseguidos

Con razón pide la comunidad judía que los politicastros dejen de manosear la memoria de las víctimas

Buena parte del catalanismo ha sentido desde la creación del Estado de Israel -Pla lo visitó en la segunda mitad de los cincuenta, sólo nueve años después de su fundación, dejándonos un curioso libro de viajes en el que dedica grandes elogios a la pujanza del país mediterráneo- una fascinación que tiene que ver con el éxito del proyecto sionista y con la prosperidad de una nación que consiguió la independencia entre múltiples obstáculos, pero además o sobre todo con la disparatada idea de que también los catalanes, contra toda evidencia, son y han sido un pueblo perseguido. Ya lo afirmó un antiguo honorable durante su recordada visita a Jerusalén, nada menos que en el Museo del Holocausto, y tanto su sucesor el inquilino de Waterloo como el prohombre en quien el dirigente fugado, ahora con altavoz en Bruselas, delegó la presidencia de su República fantasma, han reiterado las falsas analogías para reforzar el victimismo al que nos tienen acostumbrados. En la misma vergonzosa línea, aún recientes los ecos del aniversario de la liberación de Auschwitz, la prófuga de Escocia se ha lucido en su estreno como eurodiputada al vincular la expulsión de los sefardíes por los Reyes Católicos con el genocidio de Hitler, al mismo tiempo que hablaba de los derechos pisoteados de la "minoría catalana". Como es sabido, la persecución de los judíos ha sido tristemente habitual en muchos momentos de la historia europea, una mancha de la que muy pocas naciones están libres. Los motivos de tanto odio son debatidos entre los historiadores, que no se muestran unánimes sobre si antes del siglo XIX la judeofobia obedecía a prejuicios raciales o sólo religiosos, pero ni las medidas que condujeron a la Shoah ni el fenómeno mismo -un unicum, como lo calificaría Primo Levi- admiten la comparación con los pogromos de otro tiempo. En la propia Alemania ni siquiera el feroz Lutero, tan citado por los ideólogos nazis como autoridad en materia de antisemitismo, puede cargar con la responsabilidad de haber inspirado el infierno de los campos. Con razón pide la comunidad judía que los politicastros dejen de manosear la memoria de las víctimas con su oportunismo parasitario, pero la diputada, como exconsejera de Educación, sabe bien que las mentiras repetidas -o el silencio sobre verdades incómodas como la proximidad al fascismo de una parte de los nacionalistas catalanes durante la Segunda República- pueden ser una valiosa herramienta adoctrinadora. Sería interesante conocer su opinión sobre los Dencàs y Badia, a los que tanto admira el todavía president, un patriota cuyo desprecio por los españoles no parece, por cierto, precisamente religioso.

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