Persianas católicas

Dios no hace distingos entre almas intramuros y las que mercadean y laboran en el menudeo exterior de la vida

Estudios científicos de postín confirman desde hace décadas que con el calor a nivel alto y extremo aumentan las palabrotas, crece la ira bruta, se ralentiza la economía (15º es la temperatura media de la prosperidad), se eleva la tasa de criminalidad, desciende el número de parturientas, suben los hospitalizados y se desencadenan guerras y conflictos civiles (sobre todo en África y en países tropicales). Si esto es verdad, el infierno del Dante nos parece una nadería. El paraíso no llegaría con la Parusía o segunda venida de Cristo, sino que podría residir aquí mismo y ahora, bajo el iglú de un inuit (si el cambio climático no lo derrite).

Más allá del ventilador, de la ingesta de líquidos (excluida la orina) y de andar por la calle por la sombra (incluida la mala sombra de cada cual), en verano -y no sólo en verano- las persianas de los hogares alcanzan su apogeo logístico. Hay quien ve un matiz sociológico, moral y hasta religioso en esto de echar las persianas de casa. En ningún otro país europeo como España las persianas tienen tanto uso. Aquí gozamos de 2.500 a 3.000 horas de solana al año como media (los paliduchos británicos y neerlandeses sólo tienen 1.500). Uno viaja por la almendra de Europa, o discurre por los países que abrevan en el Mar del Norte y observa que, en efecto, en las casas de nuestros semejantes más septentrionales el concepto persiana no existe.

Los sociólogos hablan del influjo arábigo en la planimetría de nuestras calles y moradas, a lo que se une la observancia del Corán (de ahí el celo doméstico a base de celosías). Por el contrario, la ética protestante no tiene miedo de mostrar abiertamente a los demás la honestidad de quienes moran en sus estancias. No se es distinto en los habitáculos de la casa que en la exposición de la calle. El católico, sin embargo, preserva su intimidad, tal vez por miedo al qué dirán, por pudor a mostrar la pávida desnudez del ser frente al teatrillo social.

El catolicismo cultural en países vocingleros como Italia o España (Portugal sigue siendo una reserva del silencio), los trapos sucios se limpian dentro. Todo lo contrario que los antipáticos hijos del calvinismo y la Protesta. En sus casas no hay miedo a mostrar el interior, pues resulta ser otra forma del exterior, tal como se es. Dios no hace distingos entre almas intramuros y las que mercadean y laboran en el menudeo exterior de la vida.

Ni que decir tiene que preferimos la persiana católica. Nos preserva del sol e invita al pecado llevadero. Ya nos absolverán por la rejilla del confesionario, esa otra socorrida persiana. Viva Roma.

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