Por encima de muertos, de contagiados, de daños laterales, colaterales, adyacentes o directos, el tema Covid-19 aburre. En los tiempos de la inmediatez de la noticia dos años son demasiado para un mismo asunto, sea cual sea su gravedad. Lo vitorea el pueblo saliendo a la calle, para lo que sea, una fiesta de año viejo, un cotillón de año nuevo o una cabalgata de reyes. Y en la carta a sus majestades va un único deseo: que se acabe ya, no esta pesadilla, sino esta pesadez. Pero los Reyes de lejanas tierras han traído a IHU, una nueva variante a estrenar, cuando Ómicron todavía se erige poderoso. En el horizonte un runrún de séptima ola se aproxima amenazante para fastidiar la campaña turística de Semana Santa y eso sin haber quitado el espumillón del árbol de Navidad. El objetivo principal era salvar la campaña de Navidad y este gobierno, con la ayuda de sus ciudadanos deseosos de vivir, pese a todo, lo ha conseguido. Ahora nuestros políticos pueden anunciar circunspectos amenazantes restricciones y así justificar su inacción, culpabilizar al ciudadano de su mala praxis patente en las imágenes que la televisión local nos ofrecía de Reyes Católicos donde la gente se apiñaba en la noche de la cabalgata. En la retransmisión se narraba con alegría la aglomeración en la calle, aunque cada tanto el espíquer hacía hincapié en lo bien que se estaban aplicando las medidas antiCovid. El reportero se acercaba a la gente que feliz se bajaba la mascarilla para mostrar la sonrisa de su felicidad. En la pantalla las imágenes constataban una realidad y el reportero iba narrando otra muy diferente. Pero en la noche de la magia de la cabalgata, todo es posible.

Los expertos, esos seres que otros expertos niegan conocer, aconsejan que no se den los datos diarios de contagios. Que se actúe como con la gripe o la viruela, dicen, pero no especifican que "ojos que no ven, corazón que no siente"; datos que no se dan, virus que no existe, o que existe menos, para que deje de ser, por repetitivo, cansino, y se imponga esa "normalidad" en la que debemos aceptar los contagios o los muertos como parte de nuestra rutina, así son los muertos de tráfico, cuyo incremento depende de la importancia del puente fiestero. La política es clara, en lugar de atajar hay que asimilar. Porque lo cotidiano por rutinario deja de ser aburrido. IHU, es un nombre provisional, su alcance, aún por conocer, sólo algo claro, se asocia a un aumento de la transmisión mayor que Ómicron. La OMS ha llamado a la calma. No es necesario. Esta Navidad se ha demostrado que hemos conseguido el grado óptimo de calma. Avanzamos correctamente en las pautas a seguir. Lo próximo: el carnaval y su máscara.

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