Carlos se fue después de haber sido todo. Profesional comprometido, decano del Colegio de Arquitectos de Andalucía Oriental, presidente del Consejo Superior de Colegios Arquitectos de España, Carlos siempre tuvo la profesión en el corazón. Y con ella, a la ciudad, sus gentes y la creencia de que era posible construir un mundo mejor de la mano de la Arquitectura. Así lo creyó Carlos, que fue un niño adulto que pasó su vida soñando cómo hacer un poco mejor la de los demás. Empeñado en no despertar nunca de ese sueño, realizó un viaje de ida y vuelta que le llevó desde el PCE hasta Podemos, pasando por Nueva Izquierda y el PSOE. Se trataba de pensar. De pensar libremente dónde era posible hacer realidad sus sueños.

Y en cierto modo, esa libertad de pensamiento terminó situándolo en un plano distinto al del resto de todos esos compañeros de viaje con los que en cada momento imaginó que ese mundo mejor era posible. Carlos se mudó desde Madrid a Málaga para ejercer su profesión y volvió temporalmente a la capital para intentar mejorar la nuestra. De su viaje al Consejo Superior volvió con un montón de ideas para superar el estallido de la crisis inmobiliaria que él mismo había vaticinado en 2003 con la inestimable colaboración de Ricardo Vergés. Un día nos las contó a la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos, a donde se acercó a decirnos que volvía a estar en su ciudad. Para lo que hiciera falta. Como si no lo supiéramos.

Carlos lanzó al viento sus propuestas, como antes había hecho con sus temores, y siguió su camino hacia donde creyó que podía ser más útil. Fichó por el PSOE en las siguientes elecciones municipales y un año después abandonó el grupo municipal cuando no se sintió a gusto. Se sentó aparte, en la esquina de pensar. En un pequeño córner desde el que lanzar ideas que intentaban levantarse sobre la disputa política y que de vez en cuando nos mandaba a algunos conocidos por correo electrónico. Unas pinceladas de lo que luego publicaría en varios libros. Así y al pronto, Carlos se fraguó una falsa imagen de frivolidad. La misma con la que se defienden los que conocen la dificultad de su lucha. La frivolidad del tanquista republicano del cuento de Hemingway que apuraba las copas en Chicote cada noche víspera de una batalla en la que volvería a pelear, tan necesaria como estéril. La de alguien que sabía que siempre le quedarían muchas cosas por hacer.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios