Por montera

mariló / montero

Pobre vegetariano

SARA permanecía, paciente, en la larga cola que se había formado frente al mostrador de la cadena de supermecados Whole Foods de Santa Mónica, en Los Ángeles. Por muchos años que lleve viviendo en diferentes estados de América mantiene una alimentación sana por lo que tiende a acudir por comida orgánica. Uno estilo alimentario que hace más de dos décadas emergió al otro lado del océano como oferta para gente que demandaba ingerir comida sin exceso de grasas ni aditivos típicos en un país donde el grado de obesidad sigue siendo alarmante.

Los hombros de Sara se giraron al recibir un educado toque de la mano de un señor que estaba tras ella. Lo miró una dulzura que imanta su personalidad. El vagabundo, que tendría unos cuarenta y cinco años, los ojos verdes y la barba desordenada como la de un sexy surfero de California, le dijo si le importaría acercar una de las cestas del mostrador. En América, dos cuartos de los vagabundos son ex combatientes de Iraq o Afganistán. Este podría serlo, también por el pantalón militar que vestía y la camiseta de color granate agujereada en una fabrica de roedores con el gusto de uno de los diseñadores más caros que hay de moda como Zadig&Voltaire o de Alexandre McQueen. Sara mantenía su reflexión sobre la situación de todos los homeless que cada mañana se encuentra por la playa de Zuma, donde vive en Malibú. Allí observa cómo, cada mañana temprano, una sin techo, limpia con lejía su trocito de suelo que perfuma con colonia de Victoria Secret. En EEUU los sin hogar son muy respetados. Cuentan que reciben ayudas del Estado y no suelen ser considerados delincuentes ni agresivos. Son bien tratados. Así que Sara, al terminar de hacer su compra, se giró hacia el sector de los asados, eligió un gran pollo y pidió que se lo asaran y pusieran en una caja con patatas. Buscó al hombre que tocó su hombro y le dijo, con suma educación, evitando la mínima humillación por su parte: "Tenga, para que pueda comer caliente esta noche", le dijo con ternura. Él la miró con sus ojos verdes sin mover los brazos. "Disculpe, señora", le contestó el homeless, "soy vegetariano". Sorprendida ante la respuesta, porque para ella, como para casi todos, un pobre no es pobre de berenjenas, ni se nos ocurre que sea intolerante a la lactosa, fructosa, sacarosa o pueda elegir, puesto que un pobre es pobre y solo come lo que se le eche. Guardó el pollo y lo cambió por un vale que le entregó al pobre vegetariano.

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