Me han parecido sorprendentes las declaraciones que el presidente Sánchez ha realizado inmediatamente después de finalizar la cumbre de la OTAN. De lo mucho y extraño dicho por él, me quedo con esta frase enigmática: "Somos un Gobierno muy incómodo y molesto para una serie de poderes ocultos en nuestro país que tienen intereses oscuros. Se quiere volver al viejo orden". Se apunta Sánchez, así, a su queridísima tesis de la conspiración, ésa que, por ejemplo, le diera suculentos réditos cuando sus compañeros del Comité Federal del PSOE le defenestraron de la secretaría general. Cree Pedro que el exitoso victimismo de entonces puede volver a funcionar. Quizá olvida que las circunstancias no son las mismas y que, entre cuento y cuento, mediaron actitudes y aptitudes esclarecedoras.

De entrada, tiene su aquél que se sienta presionado un gobernante que copa o intenta copar todos los resortes del Estado. Nadie como él ha violentado la división de poderes, quebrantado los sanos equilibrios democráticos y subjetivado en su provecho hasta el último rincón de la maquinaria gubernamental. Añadan que si verdaderamente cree en lo que dice, ya está tardando en identificar, desactivar y desmontar las instancias secretas de las que se queja. Si no lo hace, dada la grave distorsión democrática que en teoría provocan, habrá que pensar que sólo existen en su mente calculadora de político habituado al engaño.

Por otra parte, no sería la primera vez. Los socialistas, para ganar elecciones, han recurrido tradicionalmente a cocos de diverso pelaje (la derecha que quitará pensiones, la Iglesia, Franco, la ultraderecha…). Ahora que el chiringuito se les cae, nada más hermético e indeterminado que inocular en la masa el miedo difuso a unos supuestos marionetistas emboscados, dispuestos a modificar la voluntad política de los españolitos. El argumento, me temo, ha venido para quedarse. Sin ánimo ninguno de reconocer los propios errores, con un país casi en quiebra, una sociedad destrozada y un futuro negro negrísimo, la culpa naturalmente hay que localizarla en el maléfico chachachá de los pérfidos e ignotos señores del mundo.

Claro que en democracia hay poderes secretos y ocultos. El primero y principal, secreto por ley y oculto por su compleja previsión, es el del voto del pueblo soberano. Es a éste, real como la vida misma, al que debería tenerle pánico el zigzagueante y desmemoriado vendehúmos que aún nos preside.

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