Políticos en la manifestación

Se pongan como se pongan, el PP pinta en el día del orgullo gay lo mismo que Podemos en una procesión

Mi lectura no compensaba el tedio de la tarde interminable de julio, así que opté por el zapping, ese deporte nacional para aburridos ya casi inevitable, de tantas cadenas como hay y lo malas que son todas ellas. Y en esto que di con aquella de cuyo nombre no quiero acordarme, que retransmitía como si de un acontecimiento mundial se tratase la caravana del orgullo, el último invento de la posmodernidad que ya es tradición, para toparme sin previo aviso con un Paco Clavel indescriptible cantando por Alaska, dicen que icono de la música gay, pero que yo juraría haberla oído a menudo en reuniones bastante menos transgresoras.

Desde el set instalado en Colón cada poco tiempo conectaban con la cabecera de la manifestación, donde una entusiasta reportera se afanaba por hacernos llegar la voz cantarina de Pablo Iglesias, manifiestamente mejorable. A los políticos de izquierda se les veía como pez en el agua, jugando en casa, lanzando al vuelo sus proclamas a favor del colectivo que, curiosamente, no ha sido precisamente el más protegido por las ideologías que dicen profesar. Contrastaba con esa alegría festiva la figura seria de Albert Rivera, incómodo tras la pancarta con sus gafas de sol, como un trasunto almodovariano del "qué he hecho yo para merecer esto".

Pero la noticia de la tarde era el apoyo expreso del Partido Popular, que se hacía el remolón los últimos años, como corresponde a su condición de partido de orden. Este año, celebraban los del set alborozados, han dado por fin el paso (han salido del armario, les faltó decir) y hasta allí enviaron en su nombre a Andrea Levy, buena elección sin duda, la cara más pop del Partido, con esa pinta de pija progre que tanto gusta en Madrid, sobre todo cuando los votos están más en Chueca que en el Barrio de Salamanca. Se pongan como se pongan, el PP pinta en el día del orgullo gay lo mismo que Podemos en una procesión, pero eso es otra historia.

Al final, todos han acabado contentos: los del colectivo han visto ampliamente apoyados sus derechos, los políticos han hecho expresión de la libertad y solidaridad que tanto predican, Madrid ha vuelto a representar su papel de madre protectora de los derechos de todos, y los empresarios han hecho su buen negocio. Y yo que me alegro. Sólo pediría que esa misma actitud abierta y respetuosa se mantuviera también con otras iniciativas y opciones igualmente loables.

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