Calle larios

Pablo Bujalance

Ponga una cruz en su vida

UNA cruz es algo muy serio. Por eso, ante un lema como Sí a la cruz no sé qué pensar. Esta semana, cofradías y hermandades de Fuengirola han repartido 8.000 crucifijos de solapa bajo la citada proclama en contra de la retirada de la misma imagen en los colegios. Quienes han participado en la campaña defendían su derecho a llevar la cruz donde y como quieran, frente a supuestas agresiones desde el anteproyecto de Ley de Libertad Religiosa y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. La reclamación, desde luego, es legítima, y el derecho exigido se debe respetar. Lo que no tengo tan claro es el método empleado para la exigencia, porque creo que puede volverse en contra de las aspiraciones sociales por las que se movilizan buena parte de los creyentes.

Una cruz, insisto, es algo muy serio. Seguramente, quienes tanto pregonan eso de Sí a la cruz no saben muy bien lo que dicen, porque la crucifixión representa, para los cristianos, una experiencia concreta de sufrimiento. Y como cada uno aguanta lo que aguanta, esa experiencia constituye una esfera íntima. Luego, cada uno es libre de encontrar en ese dolor la mano redentora de Dios, o de suplicarla. Que la Iglesia convirtiera la cruz en su santo y seña no implica que el símbolo dejara de pertenecer a la dimensión más existencial del ser humano. Por eso, sinceramente, todo ese trapicheo de crucecitas me parece equivocado e irrespetuoso, porque quienes lo practican no saben a quién están dando un crucifijo ni qué va a hacer esa persona con él. Seguramente, si se hubiera realizado exactamente la misma práctica a modo de performance artística, gran parte de la Iglesia se habría echado las manos a la cabeza. Pero una obra de arte que emplee la cruz como soporte, aunque parezca irreverente, me parecerá más valiosa en cuanto promueva una cierta reflexión (la irreverencia sola no es arte) que convertir la cruz en un cromo. Y menos por política.

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