Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Power fusion

Siguiendo el ejemplo de la Rosalía, los poderes del Estado están decididos a 'fusionarse', previa autodestrucción

El esperpento judicial, por no hablar del ejecutivo y del legislativo, no es nada más que la respuesta trumpeana al pobretico de Montesquieu, que en paz descanse. Montesquieu, con su separación de poderes y Messi, con su Mundial, comparten estos días, por razones distintas, 'candelabro' mediático, que diría la inefable Sofía Mazagatos. Los poderes del Estado están empeñados en devorarse unos a otros, sin recato ni pudor alguno. Mi amigo Pánfilo, que a veces peca de ingenuo, está convencido -y así me lo susurra, a modo de voz interior-, de que esta lucha despiadada obedece a la moda de la 'music fusion' implantada por raperos, regetoneros, bachateros, salseros y demás mezcladores de estilos musicales y de lenguas, y de que es una consecuencia perversa de la globalización y de la inculturización, y de otros perejiles. Si la Rosalía es capaz de meter en la misma perola lenguas y estilos musicales tan dispares, por qué los poderes del Estado, teóricamente, separados, no iba a intentar una operación semejante. Primero, y en eso estamos, se tienen que autodestruir ante nuestros ojos asombrados, doloridos, arrepentidos de haberlos votado o de haber aceptado sus sentencias, sus leyes o sus decretos. Después cuando estén hechos mijitillas, cascarria -y aquí viene la teoría de la existencia de una conspiración monárquica o dictatorial a universal, defendida por mi obnubilado Pánfilo-, será el momento en que un rey (o un dictador, militar, por supuesto), recoja las minúsculas partículas en la que se habrán convertido los poderes del Estado, las amase, las homogeneíce, las moldee, las dore, les clave una cruz, y recubierto de armiño, sentado en su trono, rodeado de cortesanos aduladores, de consejeros áulicos pelotilleros, se ofrezca a la adoración de las gentes, llevando en su mano la pelota del poder único e indelegable. Dueño ya de ese poder fusionado que encierra, contiene, deturpa y elimina el juego de poderes que hasta ahora, más o menos cojitranco, venía siendo el soporte imaginario de las democracias basadas en el sufragio universal y en la desconcentración y reparto equilibrado de poderes. Y nuestro señor, Felipe VI, podrá, muy bien en ese punto hacer suyas las palabras de san Juan de la cruz: "Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley".

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