Con la misma pasión que la primera vez, un conocido cuenta siempre que tiene ocasión lo que él considera un hallazgo sociológico, puro empirismo de barrio. Él sostiene que la disposición de los bares y cafeterías en su vecindario se da todas las trazas de una almadraba, es decir, un espacio aparentemente abierto, pero que está diseñado para atrapar a los atunes y no dejarlos salir. En el camino a su casa desde el trabajo del que vuelve a pie -grandioso privilegio-, o desde el sitio donde puede aparcar su coche en una calle aledaña a la suya, nuestro hombre suele acabar hocicando en uno de esos lugares tan gratos para conversar. Asegura asimismo nuestro Jacques Cousteau de acera y tertulia que en la almadraba del alterne habita un espécimen con aspecto de ser un pez cautivo más, pero que en realidad es un pescador tangado: es el lanzador implacable de preguntas-anzuelo o preguntas-trampa.

La pregunta-trampa es una táctica retórica, o sea, es una pregunta que finge interés por la persona a quien se la lanza, pero que en realidad no espera respuesta: es una mera treta para soltar una perorata en la que la víctima no cuenta ni pinta nada. El inquirido no es más que un sparring: el arponero ha venido a tu lado a hablar de lo suyo, no hay que equivocarse. La pregunta-trampa puede ir adobada con un halago hacia el sujeto pescado, o con una duda peregrina -y falsa a rabiar- sobre su quehacer profesional. Pero no es el cotilleo lo que mueve al Capitán Ahab de distrito: él -o ella, que las hay- en realidad por lo que se pirra es por hablarte de sus pequeñas grandezas, de sus propios hijos, o por mostrar gran pericia como analista político a su Moby Dick -quizá la cuarta ballena arponeada antes de la hora del aperitivo.

El repertorio de tridentes, palangres, cañas y cebos de este depredador menor va mutando, lo cual no deja de ser un síntoma de destreza y adaptabilidad en el fino arte de hacer lo que a uno le da la gana (les dé a los demás la gana escuchar lo tuyo o no). Al virguero de la pregunta-trampa le faltaría decir aquello de "pero voy a dejar ya de hablar de mí, ¿qué piensas tú de mí?". En fin, como solía decir mi madre, todos tenemos una ventanita al norte por la que nos asomamos, pero si usted no quiere correr los riesgos de la almadraba, de sus encerronas y su biodiversidad, con confinarse en su casa tiene bastante. Y así ahorra. Que -y eso queda para otra pieza- hay mucho casero que en el fondo es un agarrado de manual, de los que se estremece de gusto con cada euro que gastan los otros sin necesidad, en las almadrabas.

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