La aprobación de los PGE por una amplia mayoría supone un gran triunfo para Sánchez y sus socios de gobierno. Antes, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado era el trámite más importante que despachaba el parlamento cada año. Ahora, en tiempos de inestabilidad, sacar adelante un presupuesto puede valer para toda una legislatura. De ahí la desproporcionada reacción de gobierno y oposición. Para los segundos supone una tragedia en la que caben todos los males imaginables para la patria. Mientras que Sánchez e Iglesias lo han celebrado como si hubiesen ganado una final de Champions. Pero aprobar un presupuesto, sólo es eso, aprobar un presupuesto. Ni es tan grave como para que Pablo Casado sufra una alteración psicológica por la que se cree perseguido como un opositor de Venezuela o Cuba. Ni tampoco para que el gobierno lo celebre como si no hubiese un mañana. Nadie mejor que Sánchez para recordar que su antecesor cayó tras aprobar los presupuestos de 2018 en el Congreso y estando aún pendientes de su paso por el Senado. Aunque ahora no podría ocurrir nada parecido: la solidez de este gobierno no reside tanto en el apoyo de la mayoría de investidura, como en la imposibilidad de hecho de formar una mayoría alternativa. Algo que explica la rabieta con la que han reaccionado las derechas y su coro mediático de tertulianos.

Pero Sánchez, y los otros dirigentes del PSOE, no pueden ignorar que esta amplia mayoría, con la que han resuelto brillantemente el trámite presupuestario, no puede garantizar la estabilidad y la gobernabilidad de la legislatura. En realidad, más bien lo contrario. Los intereses de esos diferentes partidos no sólo no son coincidentes, sino que en muchos casos resultan antagónicos. Decía el politólogo Víctor Lapuente -hace unos meses refiriéndose al pacto PSOE-UP, pero que se puede generalizar a la actual mayoría- que sus diferencias más que ideológicas son epistémicas. Ciertamente, existe una contradicción insalvable entre los valores y los principios que conforman la visión, de unos y otros, sobre el Estado y la sociedad española. Tampoco pueden ignorar esos dirigentes que el socio de gobierno es a la vez su más encarnizado competidor electoral: PSOE y UP disputarán sus posibilidades de su crecimiento electoral en el mismo caladero de votos. O, sin ir más lejos, las cercanas elecciones catalanas que, una vez más, pondrán inevitablemente a prueba la firmeza de la actual mayoría.

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