Luces y sombras

Antonio Méndez

Primera evaluación

ME contaba hace unos días un profesor de un centro público que su primer pensamiento al contemplar cómo se zarandeaban dos alumnas de su clase fue el de permanecer impasible. Temía que si intervenía para separarlas alguna de las contendientes acabaría por denunciarlo por agresión.

Otra docente me relató cómo logró templar a un padre furibundo que al entrar en su despacho braceaba sin control blandiendo las notas de la primera evaluación, el primer disgusto del año y en síntoma de lo que espera el resto del curso. La tutora desconocía en ese momento inicial si ella era la destinataria de aquella furia desencadenada. Consiguió, con sangre fría, sentar al exasperado progenitor, que en reposo obligado redujo el movimiento de sus articulaciones y acabó por calmarse. Y luego respiró con alivio al saber que el objeto de su enfado no era la enseñante sino, lógicamente, su hija por esas pésimas calificaciones.

Dos ejemplos de la vida cotidiana que estos servidores públicos relatan, habituados, como episodios a los que hay que restar importancia. Parte de los desafíos a los que se enfrentan de forma cotidiana por cumplir con sus obligaciones. Y desde luego no viene al caso zanjar el asunto con la socorrida frase de que va en el sueldo del funcionario.

Estamos de enhorabuena. En Málaga ya se le pega menos al personal sanitario cuando los usuarios quieren mostrar su disconformidad con su trabajo. Lo reflejan las estadísticas del año pasado del colegio profesional. Progresamos adecuadamente.

Hace unos días formulé una denuncia telefónica. Al acudir a firmarla a Comisaría, un cartel advertía al público que aguardaba en la sala: "Espere cerca de la puerta, pero no llame. Ya saldrán a atenderle". También hay servidores públicos que confunden ciudadanos con súbditos. Para septiembre.

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