¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Primeras horas

Todo tiene un aire irreal, como de simulacro. Cuesta tomarse en serio una amenaza que no se ve, no se oye, no se huele

El coronavirus es como la radioactividad. No se ve, no se oye, no se toca, no se huele… Y sin embargo mata. Durante estas primeras horas del estado de alarma hemos recordado Voces de Chernóbil, el impresionante libro polifónico en el que Svetlana Alexiévich nos narra, como si de una tragedia griega se tratase, el desastre nuclear de 1986 y sus consecuencias. Todo lucía hermoso en aquella comarca del norte de Ucrania, pero todo estaba secretamente envenenado. Algún día alguien escribirá un libro sobre los días del Covid-19 y rememorará esta extrañeza de las calles vacías y los coches de Policía instando por megafonía a los ciudadanos a recluirse en sus hogares. Todo tiene un aire irreal, como de simulacro, cuesta tomarse el problema en serio. España está en arresto domiciliario y la inmensa mayoría de los ciudadanos no tenemos entre nuestros conocidos a un solo fallecido. El Ejército está en la calle y nadie sabe señalarle al enemigo. La clave la dio un científico: el virus y su expansión es como la física cuántica. Es decir, "contraintuitivo", esencialmente diferente a nuestra manera de ver y comprender el mundo, como esos fotones que pueden estar antes en el futuro que en el pasado. Cuando menos lo esperemos nos veremos rodeados de zombis. Mientras tanto, la población ha acudido al llamamiento de "disciplina social" y se ha encerrado en casa, incluso antes de que un angustiado Sánchez anunciase, al fin, la inminente publicación del decreto de alarma en el BOE. La clase política, una vez más, no ha dado la talla. El Gobierno Sánchez ha actuado tarde y dividido, cansino Pimpinela aún en los momentos más graves, mientras que las comunidades autónomas se lanzaban a una orgía de medidas ineficaces y de espíritu cantonal. Todos los reyezuelos quisieron tener su momento Churchill en el que prometer victoria a cambio de sangre, sudor y lágrimas. Algunos, como el presidente andaluz, por abrirle un frente al adversario político; otros, como Torra, por buscar la independencia viral. El más cuco, como siempre, el Gobierno vasco: amagó pero acató, que las arcas son las arcas. Por ahora, los ciudadanos, pese a todos estos dislates, mantienen el humor. Se han tomado el encierro como un juego: comen, beben, ven series, leen, salen al balcón a aplaudir, se mandan chistes, hacen aerobic con viejos vídeos de Jane Fonda. Está bien, pero pronto los días empezarán a pesar y las cifras mostrarán la dimensión del problema. Será entonces cuando tendremos que cambiar la expresión un tanto sovietizante de "disciplina social" por la de "responsabilidad ciudadana", que es más propia de las democracias.

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