DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Profesión: nuestras labores

LA exigencia moderna de que el matrimonio comparta las labores domésticas con una absoluta paridad recuerda al famoso juicio de Salomón, que a un tris estuvo de acabar con el niño partido por la mitad. Aunque nos lo venden como algo idílico, con estética de anuncio de televisión y hasta con banda sonora, es una de las fuentes más constantes de desavenencias y disgustos en el día a día de las parejas actuales. Las mujeres casi siempre andan quejosas de que los hombres no arriman el hombro en la misma medida que ellas, y tienen razón; y los hombres, en líneas generales, se pasman de la de cosas que las mujeres encuentran que hay que hacer siempre en una casa en apariencia perfecta; y es asombroso, ciertamente.

Ahí, y no en la mala voluntad de nadie ni en el egoísmo ni en la educación sexista, estriba (en mi humilde opinión) el problema. El hombre ve todo suficientemente limpio y ordenado cuando hace mucho que las alarmas rojas se dispararon para la mujer. Estamos, por tanto, ante un embrollo de muy difícil solución cotidiana, porque, si por el lado teórico, las cosas están cien por cien claras al 50%, y nadie las discute, en cuanto se desciende a la práctica, los roces se multiplican como setas.

Lo estoy comprobando ahora con la diversa tolerancia al llanto del bebé. El hombre, cumpliendo por esta vez meticulosamente las instrucciones del pediatra, es partidario de dejar que la criatura se desahogue un poco. A la mujer el llanto le ataca instantáneamente los nervios. Y, por un efecto rebote, aún le ataca más los nervios que al marido no se los ataque tanto, y que diga, muy serio, que es sano que llore, que eso esponja los pulmones.

Me temo que la solución perfecta no existe, yo seguro que no la tengo, ni se la he oído a nadie. No siempre escribe uno su columna para dar con la piedra filosofal. Baste filosofar hoy un poco sobre este reto que los tiempos y las circunstancias proponen a los matrimonios actuales. Para ir tirando, sólo se me ocurre que habrá que tomárselo con cierto sentido del humor, y ponerse en el lugar del otro o de la otra. En el caso de los hombres, no esperar (sentados o tumbados) a que el desorden se nos haga evidente a nosotros, que entonces tardará muchísimo, sino imaginar cuándo empezará a molestar a tu mujer, que es, con toda seguridad, ya mismo o fue ya hace un buen rato.

Las parejas de otros tiempos tuvieron problemas distintos y probablemente peores, aunque no se rompían tanto. Estos equitativos son los nuestros. No son muy graves, por fortuna, y por eso mismo sería triste que nos amargaran el matrimonio, con lo dulce que es, o puede serlo.

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