Un reciente libro sobre la epidemia de gripe española de 1918, El jinete pálido, de Laura Spinney, hace un repaso a su desarrollo, ofreciendo cifras de afectados y detallando comportamientos y medidas que se adoptaron. Al abordar el caso concreto de España describe la autora lo que sucedió en Zamora. Su joven obispo, muy docto en metafísica y materias religiosas, desafió a las autoridades sanitarias y se empeñó en que la enfermedad era debida a los pecados e ingratitud, por lo que el brazo vengador de la justicia eterna [sic] había caído sobre ellos. Con esta creencia organizó novenas, plegarias vespertinas, procesiones y demás. En definitiva, se congregó a muchas personas, facilitándose de esta forma que el mal se propagara más rápidamente, lo que produjo un elevado número de enfermos y de muertes. Esto es lo que ocurre cuando creencias u opiniones se categorizan como incuestionables sin que pasen el filtro de la reflexión, debate sereno, búsqueda de evidencias y contemplación del máximo posible de variables que puedan estar incidiendo en un hecho en particular para su estudio y control si fuera necesario. Pues bien, quizás podamos pensar que estamos inmunizados y que no vamos a caer en esa clase de actitudes y acciones, pero todo depende. El ser humano es un especialista en dar pasitos para adelante y otros tantos para atrás. A lo mejor en temas de salud nos dejemos guiar algo -aunque no tanto como pudiera parecer- por las recomendaciones de los profesionales pero, en otros, los tiempos presentes dan muestras, con frecuencia, de extremismos que cautivan a muchos por las simplezas de sus propuestas, no exentas más de una de radicalidad. Así, se mantienen o actualizan estereotipos perniciosos, o se crean otros nuevos que se generalizan a quienes posean una determinada característica. Y el problema es que su modificación suele ser ardua y lenta. En este sentido, la democracia, entendida no sólo como el derecho a voto sino como depositaria de valores éticos y del reconocimiento de derechos, puede verse mermada y en peligro. Si observan, a la par que los populismos han ido en aumento, también las posturas de un moralismo sesgado, de puritanismo y de negación de la discrepancia. Son bastantes los que equiparan de manera tajante su término medio personal o de grupo como virtud, sin más opción para el resto, condenando a los discrepantes. No estaría mal que nos preguntáramos si no se está produciendo un retroceso en las libertades. Ahí lo dejo.
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