NO me resigno a admitir que la Transición política española haya sido una burda maniobra, un turbio enjuague que se ideó para defender los intereses de los poderes fácticos de siempre y perpetuar las ambiciones de una ladina casta política. No me resigno a pensar que la Constitución de 1078, de ser un texto modélico, haya pasado a ser una norma injusta, deficiente y escasamente democrática que se impuso con miedos y trapacerías a una desvalida población española que la ha soportado con resignación y paciencia. No me resigno a admitir que el bipartidismo existente haya sido el producto de un amaño permanente que durante 36 años ha mantenido a los votantes como meros comparsas de una ficcion politica soportada por una normativa electoral engañosa y falsa. No me resigno a aceptar que durante todo este periodo político la actividad de los elegidos haya ido encaminada a su exclusivo enriquecimiento, abandonando a la población a su suerte sin implantar el estado del bienestar ni perseguir y conseguir la universalización de la educación y la sanidad y la defensa de la igualdad de oportunidades. No me resigno a aceptar que los diversos gobiernos que ha tenido este país eran una amalgama confusa de intereses y componendas donde ni la ideología, ni los programas ni las acciones de gobierno podían distinguirse ni diferenciarse. No me resigno a aceptar este revisionismo histórico, superficial y avieso, de brocha gorda y eslóganes, que ha surgido de pronto y que nos lleva a una nueva lectura de nuestra realidad política que concluye con que el llamado régimen del 78 es el culpable de todos los males y que solo con la condena de este pasado podemos alumbrar una sociedad nueva, justa, alegre, responsable feliz y limpia.

Con seguridad, durante este periodo de nuestra historia pudimos evitar errores, mejorar comportamientos, ampliar la transparencia y profundizar en los derechos ciudadanos. Es cierto que nuestra Constitución necesita una reforma que vaya más allá de un pequeño maquillaje de conveniencia. Es seguro que hay que extremar medidas para evitar que el estado del bienestar que este régimen del 78 construyó se nos vaya por desagüe de la crisis. Cierto que pudimos hacerlo mejor y que ha habido complacencias perniciosas e innecesarias. Pero lo que no podemos es quemar las naves de nuestro recorrido democrático y entregarnos a las proféticas voces adanistas que con su iluminado mensaje vienen a rescatarnos de los errores, ignorancia, fraudes y equivocaciones que como sociedad hemos cometido durante tanto tiempo.

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