La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Puigdemont el minúsculo

Ningún otro gobernante ha gobernado menos, engañado más, dividido tanto a la sociedad y hecho más el ridículo

Es un hombre de récords. Puigdemont, me refiero. No ha habido un gobernante en la España contemporánea que haya gobernado menos, haya engañado a más gente durante más tiempo, haya hecho más el ridículo con sus cambios y vaivenes, haya fracturado más a su sociedad, haya dilapidado con más éxito su propio caudal político y haya descontentado más a los suyos.

Ninguno ha acabado tan mal como él, probablemente en la cárcel y con toda seguridad en la más absoluta soledad. Teníamos a Ibarretxe por el campeón de los fracasos políticos en la España autonómica, pero incluso Ibarretxe aceptó defender su desafío soberanista en el Congreso de los Diputados, asumió su derrota allí, volvió a casa y perdió las elecciones autonómicas. Pero no fue tan petardo como para asomarse al abismo y despeñar en él a su país. Y no creo que fuera menos nacionalista que Puigdemont. Menos idiota sí.

Y menos abonado a la mediocridad. En Carles Puigdemont se cumple a la perfección el destino de los hombres mediocres con ínfulas: buscan compensar su escasa talla intelectual y moral enarbolando ideas de apariencia gigante (la patria, el pueblo, la Historia, la libertad). Ahora bien, cuando la realidad los desarbola y atropella, su medianía se impone y sólo piensan en su salvación personal. ¿Qué hay de lo mío?

La última vez que un personaje tan minúsculo como Puigdemont tuvo en vilo a toda España, el pasado jueves, fue también la escenificación de su último chantaje: exigía garantías para retornar a Cataluña al redil democrático (o simular que la retornaba, creo yo más bien). ¿Qué garantías? Oficialmente, la liberación de los Jordis acosados por los presos gitanos, la salida de policías nacionales y guardias civiles y la seguridad por escrito de que no se perseguirá judicialmente a los responsables del referéndum. Oficiosamente, su propia impunidad como jefe de la sedición, que él cree que está en manos de Rajoy y no de la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo.

Como era imposible que el chantaje triunfara -en verdad habría sido la derrota de la democracia- y atemorizado por la calle, Puigdemont se decantó de nuevo por la independencia. Pero mostrando una vez más su cobardía y falta de estatura: que la proclame el Parlament, que no va a cargar él con las consecuencias. El victimismo ha sido rentable, pero no le da para inmolarse en martirio. Un triste final para un hombre pequeñísimo.

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