Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Quemados

Las empresas no quieren trabajadores relajados. Los más rentables son los trabajadores cabreados

Es pura irrisión toda esa teoría del trabajo cómodo. Otra milonga. Es una estrategia. Un mensaje extendido por blogueros a sueldo de multinacionales y corporaciones que se lo montan desde su casa en camiseta, gayumbos y pantuflas con cerveza fría y porro humeante al lado del teclado para transmitir que se puede (y se debe) ser feliz trabajando.

Las empresas no quieren plantillas sonrientes.

Los currantes tienen que estar cabreados, es como más y mejor producen. Y conviene que tampoco estén muy bien pagados. Para las empresas es fundamental que sigan pensando que el dinero NO da la felicidad.

Seguirán hablando de eso en el bar en el que se reúnen al término de la jornada. Seguirán diciendo que hay cosas más importantes. Y seguirán diciendo que el dinero no lo es todo. Que si la pareja, que si los niños, que si el perro, que si la familia... Acabarán borrachos. Y volverán al día siguiente al tajo. Y regresarán la noche siguiente al mismo bar y repetirán lo que dijeron la noche anterior. Y otra vez la curda.

Cuando ciertos expertos venidos de no se sabe dónde con un caché que SÍ da la felicidad son contratados por una empresa para que transmitan a la plantilla que hay que estar a gusto mientras trabajan queda una cosa clara: están mintiendo.

Las empresas no quieren trabajadores relajados.

Los trabajadores más rentables son los trabajadores cabreados.

Observen en su oficina a los que se relajan. ¿Qué hacen? ¿Cuál es su productividad?

¿Una oficina con vistas? Los empleados estarán todo el día idiotizados con el paisaje. "Mira, una abubilla".

He leído algo acerca de la sede de una empresa en un bosque. Seguro que ya han salido algunos a echar un polvo en medio de la naturaleza mientras el administrador del sistema avisa de que no se puede localizar al destinatario o de que no se ha podido entregar el mensaje porque el buzón del destinatario está lleno. Una vez trabajé en un periódico en el que pusieron una mesa de ping pong en una planta que no servía para nada. Qué relajados estábamos. Se me puso cara de chino de lo bien que llegué a jugar. No le hacíamos ni puto caso a los teletipos. Tuvo que subir el director a decirnos por dónde nos iba a meter las palas. Sacamos exclusivas.

La OMS ha reconocido el síndrome del trabajador quemado en su Clasificación Internacional de Enfermedades.

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