Miro el famoso vídeo. Y veo en una playa a un ser humano con un corazón precioso tratando de consolar a otro ser humano con el suyo roto. A dos personas que no se conocen, de idiomas diferentes, hablando en el lenguaje universal de los abrazos. Uno de esos seres humanos, la chica, no sé a qué se dedica, pero un día decidió hacerse voluntaria para ayudar a otras personas. El otro ser humano, el chico, no sé de qué huía, aunque lo intuyo; y un día decidió dejarlo todo atrás para tirarse al mar y buscar otra perspectiva vital. Veo el vídeo en bucle y una y otra vez me pregunto: ¿Quién se resistiría a negarle el abrazo a alguien en ese estado?

Pero los hay, tristemente, y parece que muchos. No es una cuestión de fronteras, de política exterior, de derechas o izquierdas, no. Es un asunto de humanidad. Si alguien que vea ese vídeo no se estremece, si es capaz de encontrar un argumento capaz de inhibir ese abrazo, algo escacharrado tiene en el alma.

Luna nació en Móstoles. Del chico, que por no tener no tiene ni nombre (al menos no a ojos de la mirada occidental) nos dicen que es subsahariano. Nadie elige su cuna, nuestra venida al mundo es un accidente geográfico. No hay mérito en un golpe de fortuna, por haber nacido en una familia bien o en una ciudad de posibilidades, del mismo nodo que nadie es culpable de su infortunio, de haber abierto los ojos en un país escaso de recursos o bajo una dictadura sin escapatoria.

Gente como Cristina Seguí, que tuvo la inmensa suerte de nacer en Valencia, no ve el abrazo de una voluntaria de Cruz Roja, ve el discurso buenista de una decadente moral. Y en el chico al que consuela no atisba sufrimiento sino una actuación digna del Goya; menudas lágrimas más bien sacadas para aprovechar la turgencia de los senos de Luna. Y mientras no solo no pide perdón por su tweet, sino que hasta se reafirma, es Luna quien tiene que restringir su cuenta por la hilera de barbaridades que le han escrito. Ella podría seguir vomitando su odio en la red.

Los conflictos diplomáticos tienen muy difícil resolución, más cuando suelen ser bolas de nieve heredadas de antiguas erróneas decisiones. Pero lo de gente como Seguí se puede atacar desde pronto: llenándole de abrazos desde pequeños para evitar que crezcan con el alma vacía, que quien crece con el alma vacía terminará rellenándola de odio. Y no se me ocurre nada mejor para alimentar los corazones que esas raciones humanitarias que son los abrazos.

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