Rebelión de las masas

El problema es la triste disposición de una parte de la población para dejarse convencer

No estamos acostumbrados a aceptar que un pensador español tuviera, en su momento, la lucidez de intuir, el primero, los cambios sociales que se avecinaban en Occidente. Ya que existe un escepticismo casi congénito acerca del escaso valor de las ideas sociales elaboradas dentro de nuestras fronteras. Escepticismo que estuvo justificado casi siempre, menos en un caso: en el de Ortega y Gasset. Este filósofo y ensayista ha sido el escritor hispano más luminoso del siglo pasado y, si lo leyéramos más, aún continuaría alumbrando muchas de las circunstancias actuales. Basta recurrir a un libro suyo, publicado en 1930, para comprobar hasta qué punto puede ser penetrante y profética una teoría cuando es consecuencia de la mejor fusión de inteligencia y sabiduría. Ese libro, La rebelión de las masas, está escrito desde la perspectiva, elitista y nietzscheana, que condicionaba por aquel entonces su forma de pensar, pero despertó gran admiración en Europa y, quizás, haya sido el ensayo español mejor acogido y más traducido.

En unos años en los que estalinismo, nazismo, fascismo y restantes movimientos nacionalistas se adueñaban de la turbulenta vida política europea, Ortega supo rastrear los orígenes y explicar el porqué de unos desbordamientos populistas que, instrumentalizados astutamente por personajes sin escrúpulos, condujeron a las decenas de millones de muertos de la II Guerra Mundial. Aquel libro se lee ya poco, a pesar de ser, tal vez, su título más conocido y editado. Para muchos habrá quedado un tanto envejecido; sin embargo, la misma clarividencia que mostró Ortega en 1930 se mantiene viva, cuando tan necesario es contar con reflexiones que ayuden a comprender los fenómenos políticos, interiores y exteriores, que nos acucian. Porque la clave del problema no estuvo entonces en Stalin, Hitler o Mussolini, ni ahora en los Putin, Trump o Le Pen y otros tantos manipuladores dispuestos de fabricar enemigos y a subirse a las olas de los descontentos, sino en la existencia de unas muchedumbres que, como decía García Calvo, han sido formadas para eso: para ser masas. La clave reside, pues, en haber convertido, por activa o por pasiva, a la gente normal en simples masas, a la espera de alguien que las utilice y maneje. El problema no es, por tanto, el Trump que surge en cada momento histórico, sino la triste predisposición de una parte de la población para dejarse convencer, solo empujada por la demagogia y el sentimentalismo más tóxico.

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