Rectificaciones de Feijóo

En su relación con el Gobierno es donde el nuevo presidente puede y debe marcar la diferencia

Vista la indiferencia con que la militancia del PP ha dejado caer a su hasta hace unos días aclamado líder Pablo Casado y la actitud enfervorecida con la que ha sido recibido su actual presidente, cabe pensar que este partido está dispuesto, como el que sale de un trastorno político transitorio, a enterrar rápidamente la etapa anterior y a arrumbar a sus anteriores dirigentes al profundo olvido. El actual congreso es sin duda el de la rectificación y el arrepentimiento.

En este camino iniciado del cambio y el olvido, varios serían los elementos en los que se podría aplicar el señor Feijóo para intentar borrar de la memoria los anteriores momentos. Los pactos con Vox hubieran sido un elemento central de esa nueva política, pero ahí no parece que nos aguarden grandes modificaciones. Castilla y León y su inoportuno pacto de gobierno han despejado cualquier duda, y está claro que el PP antes y ahora está dispuesto a llegar a acuerdos con la extrema derecha allí donde sea necesario y en la intensidad y profundidad que se requiera. Otro campo en el que la nueva dirección debería marcar su impronta es en su relación con los dirigentes territoriales, que también ha sido un desencadenante de la llamativa caída del anterior presidente. Ahí sí hay margen en el que trabajar, aunque no parece que la presidenta de Madrid esté dispuesta a enterrar el hacha del protagonismo ni a disimular sus afanes de marcar su propio estilo trumpista.

En su relación con el Gobierno es donde el nuevo presidente puede y debe marcar la diferencia. El partido de la oposición siempre será un elemento incómodo para el Ejecutivo y nadie debe pretender que deje de serlo, pero en la forma de ejercer esa incomodidad es donde Feijóo tiene un amplio espacio de mejora. Cambiar el insulto por el debate y la descalificación por la discusión sería un cambio significativo. Llegar a acuerdos sobre temas de estado como la renovación del Consejo General del Poder Judicial o abandonar la actitud de protesta permanente para pasar a ofrecer propuestas lógicas y constructivas sobre política económica o de relaciones internacionales sería no solo una rectificación en toda regla sino una sustancial mejora en el ambiente político nacional. La moderación no es una virtud que se consigue con autoproclamarla: necesita de una actitud y una práctica que la sustente, actitud de la que hasta ahora poco se ha visto. Por tanto, mejor no precipitarse en poner etiquetas y esperar.

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