Recuerdo y olvido de Gorbachov

Para muchos, Gorbachov fue una excepción al imperialismo ruso, el mismo que ahora vemos campar a sus anchas

Desde este lado del mundo ha existido siempre un aura de comprensión y afecto hacia Mijaíl Gorbachov. Desde su ascensión a máximo gobernante del Partido Comunista soviético a mediados de los ochenta, su imagen sonriente y bonachona junto a su mujer Raisa, sentados amigablemente junto al matrimonio Reagan en aquella cita que marcaría el paso hacia el final de la Guerra Fría, no ha perdido prestigio en el mundo occidental, y su decisión de procurar una apertura hacia los valores democráticos (la Glasnot y la Perestroika), ha sido posiblemente la más impactante para una nueva configuración del orden mundial.

En El fin del Homo Sovieticus, monumental mosaico de esa utopía que fue la Unión Soviética a cargo de la premio Nobel Svetlana Aleksiévich, una de las muchas voces desencantadas que asoman por el texto exclama: "Yo no creo que los rusos podamos tener una verdadera democracia jamás. Somos un país oriental… Feudal… Un país de popes y no de intelectuales". Quizá este fuera el gran error de nuestro aquí admirado Gorbachov, dejarse seducir por las ventajas del Estado de Derecho que desde hace años rigen la gran mayoría de democracias liberales occidentales, pero manteniendo el esquema anquilosado del sistema comunista de partido único. La extinta Unión Soviética no estaba preparada para un cambio de esa magnitud, y ante las buenas intenciones, el pueblo llano se encontró con un país totalmente desequilibrado, donde la hiperinflación y la escasez se hicieron presentes al momento, para beneficio de oligarcas y aprovechados sin escrúpulos que empezaron a edificar su riqueza sobre los cascotes del Muro de Berlín.

En el ocaso de sus días, la figura discutida de Gorbachov en Rusia viraba desde sus fieles seguidores, que alababan su decidida apuesta por la libertad, hasta otros, los más, sin embargo críticos, que todavía hoy ven su posición como un entreguismo sin recompensa ante las potencias occidentales. Porque para muchos, Gorbachov no ha sido más que una excepción al imperialismo ruso, ese mismo que ahora vemos campar a sus anchas por toda Europa bajo el liderazgo implacable de Putin quien, por cierto, ni siquiera se ha dejado ver en su funeral sin honores del Bolshoi. Y quizá sea precisamente esa, la severa frialdad del régimen ante el fallecimiento del viejo comunista hace tiempo amortizado, la mejor metáfora de este inmenso país tan oscuro como inabarcable.

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