Refugiada

Olena vive inmersa en un atronante silencio que le roba su identidad frente a las pequeñas cosas

Cuando miro a Olena me pregunto mil cosas. La primera, cuáles son sus iniciales pensamientos cada mañana, cuando al salir del túnel del sueño abre los ojos y se cerciora de que no está en su casa de Ucrania. Ese no es su techo porque reconoce, algo decepcionada, que es el de un albergue de la Cruz Roja. Que, antes de sacar los pies de la cama ya sabe que no los va a posar en la alfombrilla de su dormitorio. Aún debe acostumbrarse a ir hasta la cocina, arrastrando los amorosos calores macerados por la noche en su edredón, para preparar su café y el desayuno para sus dos hijos. Las bombas reventaron su hogar y aquellos urgentes autobuses rodaron hasta España. Han pasado cuatro meses y mantiene el color azul fulgente de sus ojos que destacan con su largo cabello negro. Apenas sonríe por culpa de una incertidumbre sin resolución. El silencio es su nuevo lenguaje porque el idioma ucraniano se quedó allí sin posibilidad de uso aquí. Aprende a base de gestos, amables eso sí, de las personas que la arroparon y le encontraron un lugar donde vivir.

Cada mañana sale a trabajar al hotel donde es camarera de piso. No hay que saber muchos idiomas para entender el lenguaje del proceso de la lavadora y estirar las sábanas de cada habitación. Puede que hasta le resulte más agradable limpiar habitaciones que construir los cañones de tanques rusos que fabricaba en Ucrania y que ahora son el tubo por el que sale disparada la munición contra su pueblo. Olena Tymchenko desea regresar con su madre, quien decidió soportar la guerra escondida bajo la tierra de su pueblo a que le arranquen, para iniciar nuevos caminos, a su edad, de poco recorrido. Olena vive inmersa en un atronante silencio que le roba su identidad frente a las pequeñas cosas. Da igual que se vea rodeada del generoso cariño de las personas constructoras de una pretendiente nueva vida. Sus hijos aprenderán español en la escuela. Puede que vivan como una aventura la novedad, a pesar de echar de menos su habitación y los juguetes, explotados y enterrados en una montaña de piedra triturada por los estallidos. Es una vida arenosa a la que se enfrenta una reconstrucción lenta, dolorosa, difícil, desarraigada, llena de preguntas. Qué habrá pasado con sus amigos en Ucrania. Olena vive en silencio porque sus palabras no tienen circuito que recorrer aquí, pero en su interior debe haber un estruendo de mensajes acumulados en el pozo de la extranjería que cubrirá con el silencio, cada noche, de su nueva cama. De ella sale cada mañana buscando la nueva vida.

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