Cuando dice el artista urbano Invader que ve sus intervenciones "más como un regalo que como una degradación" pienso en esos comerciales pesados que llaman a casa a las cuatro de la tarde de parte de una editorial y te dicen que te van a regalar un estupendo lote de libros, fabuloso, todo gratis, por tu cara bonita. A menudo, cuando le respondes que no quieres ningún regalo ni nada que no hayas pedido, el comercial de turno replica con cierta indignación: "Pero, ¿no va a aceptar usted nuestro regalo?" Y entonces le dices que no, que ya eres mayorcito para aceptar regalos y que el hecho de que una cosa sea gratis no la convierte en buena ni en deseable. Como artista urbano, Invader puede colgar sus monigotes (con perdón) donde le dé la gana. Si en vez del Palacio Episcopal le da por poner una gitana pixelada de cinco metros en la Catedral, pues ole ahí el tío. Lo que pasa es que existe eso que se llama reglas del juego, que la mayor parte del tiempo son un incordio pero que por lo general impiden que nos comamos vivos. Así que si Invader pone la gitana en un BIC y las instituciones públicas (que no son feos señores con bigote armados con porras y pinchos, sino instrumentos democráticos elegidos por los ciudadanos) deciden que hay que quitarla, pues hay que quitarla. Aunque la medida pudiera no gustarnos a algunos. Aunque vengan a ver la dichosa gitana fans incondicionales llegados desde Honolulu. Aunque la intervención de Invader no pueda considerarse vandalismo, que no lo es. Cuando Fernando Francés, el director del CAC, dice que a lo mejor la obra de Invader es más importante que el Palacio Episcopal, lo que habría que hacer es invitarle a que promueva la declaración BIC para la gitana. Y todos felices.

Lo de considerar una cosa más importante que otra tiene su intríngulis. Semejante apreciación únicamente puede darse desde un criterio personal; el criterio patrimonial, insisto, proviene de las reglas del juego. Yo considero que un Mercadona es más importante que el Palacio Episcopal, pero eso es cosa mía. Sin embargo, cuando Invader y Francés nos hablan de lo importantes que son los monigotes (otra vez, perdón), de que están repartidos en tropecientas ciudades del planeta y qué sé yo, me recuerdan al comercial de antes cuando insiste en la calidad de los libros que pretende regalarnos, pero si los han anunciado en televisión, si hasta el rey Felipe los tiene en su estantería, ¿y usted pretende rechazarlos? También existe eso que se llama autonomía cívica, que se resiste a caer rendida ante los encantos del artista oficial de turno y que sospecha que detrás de esto hay un negocio de explotación de marcas. Mal pensado que es uno, puñeta.

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