Varias cumbres y un maratón final han necesitado los jefes de estado y de gobierno de la UE para componer el equipo de dirección de la Unión para el próximo lustro. Contentar a dos docenas de países y a ocho grupos parlamentarios es casi imposible, sobre todo si hay vetos y rencores nacionalistas. Con las unanimidades y consensos los más idóneos se quedan relegados. Los mejores siempre tienen algún detractor y nadie recela de los más mediocres.

Al candidato consensuado en Osaka para la Comisión, el socialista holandés Timmermans, lo vetó el húngaro Orban, socio suspendido del PPE y del Partido Popular español. Tampoco lo querían los polacos de Ley y Justicia, aliados de Vox en el Parlamento Europeo. Orban y Kaczynski son ultranacionalistas euroescépticos. Y Timmermans como vicepresidente tomó medidas contra las derivas autoritarias en ambos países.

La venganza de Orban y Kaczynski ha beneficiado al PPE, que ejerce la presidencia de la Comisión desde hace 25 años. Sus dirigentes dicen que han ganado las elecciones, pero sus 180 diputados no llegan al 24% del Parlamento Europeo. Mientras, socialistas y liberales suman 260. Desde que se fue Delors todos los presidentes de la Comisión han salido del PPE: Santer, Barroso, Juncker y ahora Von der Leyen. Demasiada ocupación. En este tiempo sólo a Prodi no lo puso la democracia cristiana, pero es su origen: se estrenó en política como ministro de Industria en un gobierno de Andreotti.

El nombramiento de Santer en el 94 fue un caso parecido de vetos con aroma nacionalista. La cumbre de Corfú de junio fracasó en su intento de elegir al sustituto para Delors. Entonces había 12 países y un bipartidismo hegemónico. A un presidente socialista solía sustituirle un democristiano, y uno pequeño a un país grande. Además querían que uno de los padres del Tratado de Maastricht relevara a Delors. Sólo tres personas cumplían los requisitos. Pero el británico Major vetó al belga Dehaene por considerarlo un peligroso federalista europeo y Kohl vetó al holandés Lubbers por su indiferencia con la reunificación alemana. Y el 15 de julio, en una cumbre en Bruselas, Kohl impuso al luxemburgués Santer. Sofisticada manera de elegir al peor. Cuatro años después el Parlamento derribó, por primera vez en la historia, a la Comisión Santer.

El consenso actual ha producido aciertos, como el de Michel para presidir el Consejo, Lagarde el BCE o Borrel como Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad. Pero en el Parlamento hubo cuchillos largos. El grupo socialista vetó al candidato búlgaro acordado, para castigar a los países del este. Salió presidente el italiano Sassoli, que ha empezado bien. Dijo que "el nacionalismo produce virus que pueden generar conflictos destructivos y ha envenenado la historia de Europa". Una advertencia contra los rencores y vetos nacionalistas de los Orban, Kaczynski, Puigdemont, Junqueras, Abascal, etcétera.

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