Escribía hace unos días el alcalde, Francisco de la Torre, un tuit en el que informaba de que "el centro de interpretación del parque de la Memoria y de la Concordia de San Rafael relacionará visiblemente los nombres de las víctimas de una y otra represión, previo consenso de los familiares". El mensaje en cuestión trajo cola: tanta, que nuestro burgomaestre decidió añadir un segundo mensaje para dejar clara su postura: "La Memoria tiene pleno sentido si pretende y consigue la Concordia y la Concordia se perfecciona y fortalece si profundiza en la Memoria y ésta es completa, sin olvidar ningún capítulo de la Historia" [respeto las mayúsculas]. De entrada, el propósito apuntado por el alcalde es mucho mejor, en cualquier sentido, que el nefasto pipican que pasó a la galería de las peores ideas jamás proyectadas en la política municipal. Y a partir de aquí, seguramente la mayor evidencia, a tenor de las reacciones vertidas, es que la sociedad española, y muy especialmente la malagueña, donde las dos represiones fueron singularmente crudas, tiene todavía problemas para abordar estas cuestiones sin dejar a un lado las tripas. Todo el mundo tiene padres, abuelos, rencores y cuentas pendientes que echar en cara a los de la represión contraria, y apenas asoma cualquier debate la nariz ya están todos los agravios puestos sobre la mesa, como única moneda de cambio posible. Mientras otros países europeos que también afrontaron guerras cruentas escincidos en dos o más bandos parecen haber alcanzado cierta capacidad de estudiar su historia reciente de manera, digamos, desapasionada, la mínima tentativa de abordar la tragedia con rigor histórico, el mayor equilibrio y la fidelidad más precisa respecto a los acontecimientos dan aquí al traste sin remedio. Si algo se le da bien a la sociedad española es dar por sentado que el otro, el que no conocemos, el que no juega en nuestro equipo, va a traer siempre las peores intenciones, lo que al cabo puede considerarse la más depurada manifestación de la ignorancia. Educación, dicen, se llama el remedio.

El parque de la Memoria y la Concordia al que se refiere el alcalde puede ser un buen punto de partida para que de una vez pueda asumirse la historia del último siglo sin tener que tirarnos los trastos a la cabeza. El rigor, eso sí, nos dice que, a la hora de aspirar a la Concordia, los dos bandos no parten exactamente del mismo punto: mientras las víctimas de un bando fueron convenientemente reconocidas, nombradas, recuperadas e inmortalizadas en monumentos, callejeros y espacios públicos, las del otro pasaron demasiadas décadas en el olvido, la defenestración, la negación y el desamparo proverbial para sus familias. Y es que, para llegar a la Concordia desde la Memoria, es necesario, tal y como ya advertía el Antiguo Testamento, y tal y como seguro sabe De la Torre, la Justicia. Y no pasa nada: también hay tener que claro que la reparación, allí donde siga pendiente, no es contraria a la reconciliación. Todos merecemos un poco de suerte. Y mirar, de una vez, adelante.

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