Reproches y explicaciones

Será una campaña llena de justificaciones. Las propuestas pasarán a segundo plano

Las elecciones que nos aguardan no son la consecuencia inevitable de los resultados del pasado 28 de abril. Unos y otros, por acción o por omisión, han ido elaborando una madeja que ha terminado en este desenlace que casi nadie quería. La búsqueda de responsables y el rosario de reproches va a ser inevitable. El PSOE, con su ritmo desesperantemente lento, ha traslucido un escaso entusiasmo negociador. Durante estos cinco largos meses se ha debatido entre dos riesgos que intentaba evitar. Por un lado tenía serios reparos en constituir un gobierno deslavazado, dividido entre vigilantes y vigilados, sin coherencia ni afinidades y dependiente durante todo el mandato del interesado voto de los nacionalistas catalanes y vascos. El otro camino era mantener la pretensión de hacer un ejecutivo monocolor, cohesionado y fuerte arriesgándose a una nueva convocatoria electoral que aclarara el panorama. Y entre susto o muerte, al final, ha elegido susto, que es lo que sienten en estos momentos muchos dirigentes y militantes socialistas. UP querría borrar del calendario el día del mes de julio que dijo no a un gobierno de coalición por el que tanto suspiraba. Por inmadurez o por ambición o por las dos cosas a la vez, Pablo Iglesias dejó escapar una oportunidad de sentar a su formación en el Consejo de Ministros. Después de tener esa oferta sobre la mesa no puede trasladar al PSOE la responsabilidad del desacuerdo, porque fue su sorprendente negativa la que impidió el pacto. Albert Rivera ha llegado al final de este convulso periodo cargado de contradicciones. Nadie entendió su radical renuncia a ejercer el papel que hubiera correspondido a un partido de centro de intentar buscar un acuerdo, ni nadie entendió su afán en convertirse en el más radical enemigo del PSOE ni, al final, nadie entendió su última pirueta de hacer una propuesta contradiciendo todo lo que durante estos meses ha predicado. Y el PP, al que todo este escenario la afectaba poco, ha preferido mantenerse en la zona de confort, como si la gobernabilidad de España no fuera un problerma que le incumbiera, y ha preferido convertirse en un privilegiado espectador al que esta batalla sólo le puede reportar réditos electorales.

Son tantos los reproches y tantas las explicaciones que tienen que dar, que nos adentramos en una nueva campaña electoral enmarañada de justificaciones en la que las ideas, los programas y las propuestas pasarán a segundo plano o quedarán a la espera de mejor ocasión.

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