Adiós a las Páginas Amarillas. Los listines telefónicos que habitaban en la mesilla del teléfono Heraldo, aquel que se fabricaba en CITESA made in Cenacheriland. El teléfono gris con el auricular por montera y su cordón rizado, con su número sin prefijo apuntado a boli en el centro de un disco bailarín. El teléfono y su listín telefónico dio pie a una gama de mobiliario auxiliar cuando los teléfonos iban por cable. Una mesilla del ancho del tocho con cajón provisto de agenda, libreta y boli. Lo único que tenía en común con las telecomunicaciones actuales era la clavada de las facturas, el susto de una llamada a deshora. La última guía encuadernada de páginas amarillas deja de existir hasta en Teruel.

Llama la atención que ese canto de cisne final sea para una provincia despoblada donde se supone que se conocen todos, por lo menos de oídas. Por acá hacía años que no daban señales de papelera vida. Recién aterrizado el milenio los portales de los bloques se llenaban de pilas de guías telefónicas con su plástico retractilado. Un envoltorio que se quedaba momificado acumulando polvo gris hasta viajar al contenedor. Fíjese si era un soporte publicitario de alta estima, que, si una empresa no figuraba con su anuncio destacado en el listín, mala cosa. Muchos negocios fiaban su reputación exclusivamente a ese papel. Anuncios por palabras, módulos con el logotipo y poco más, media página, página completa y la contraportada poderosa impresa a todo color para que la competencia se entere de quien tiene el presupuesto más gordo. Páginas Amarillas venía con respiración asistida y ha virado rápido a esto de lo digital, pero la versión impresa descansará ya en paz. Cada vez que recibimos una noticia de estas resucita un gatito en internet.

Como en toda empresa la amenaza te sale por donde menos lo esperas, dentro del mismo teléfono móvil en este caso. Hemos llegado a tal punto que al recibir una llamada aparece en pantalla la identificación del número, aunque no lo tengas en la lista de contactos. Con un puñado de clics localizas a cualquiera. Y todo para llegar al mismo perro con pixelado collar. Parece que avanzamos mucho en tecnología, es cierto, pero en el fondo los reclamos de Google y de las meneadas redes sociales son idénticos a los anuncios breves y por palabras clave o escogidas de toda la engatusadora vida.

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