Aestas alturas todo el mundo sabe que las prestaciones por jubilación tienen serios problemas para poder ser financiadas. La pirámide poblacional y el progresivo aumento de las expectativas de vida hacen difícil mantener las pensiones, que hasta ahora son uno de los pilares básicos de nuestro sistema de bienestar. Nos lo han repetido hasta la saciedad, aunque nadie parece dudarlo. Ante este grave problema caben muchas actitudes, pero el Gobierno en un primer momento adoptó la más fácil: la resignación. Hemos asistido a múltiples declaraciones de ministros, del presidente y de parlamentarios, incluida la presidenta del Pacto de Toledo, que nos invitaban a encomendarnos al ahorro personal y los seguros privados si queríamos sobrevivir pasada la época laboral. A los fundamentalistas neoliberales parece que les ha faltado tiempo para predicar la buena nueva y precipitarse en condenar esta prestación social.

Es esta actitud derrotista y conformista la que ha creado alarma y la que ha movilizado a la población. Puede comprenderse, no sin dificultad, que en una circunstancia excepcional, cuando todo el mundo pasa dificultades, las pensiones puedan verse recortadas provisionalmente, pero lo que no puede admitirse es que se pretenda condenarlas a la muerte por inanición. Y esta es la sensación no disimulada que ha dado el Gobierno ante el problema: resignado entreguismo acompañado de lamentos.

El debilitamiento del sistema de pensiones sería un elemento que desestabilizaría el equilibrio social existente y, por tanto, la supuesta inviabilidad económica no puede ser un argumento definitivo. Es necesario buscar las fórmulas necesarias para mantenerlo antes de predicar su desaparición. No se entiende bien por qué un asunto tan capital como este hay que circunscribirlo a la capacidad económica de los fondos de la seguridad social cuando es toda la riqueza nacional, vía impuestos, la que tendría que hacer frente a su mantenimiento, si fuera necesario. Si a los dirigentes de principios del siglo XX se les hubiera propuesto la implantación de una educación y una sanidad pública gratuita hubieran argumentado, sin dudarlo, que ese noble empeño era una quimera inviable económicamente. Pues bien, fue necesario el empeño de no resignarse el que las hizo realidad a partir de los años cincuenta en Europa y de los ochenta en España, aumentando la riqueza nacional y esmerandose en un reparto más justo. Y este vuelve a ser el camino para mantener las pensiones. Todo menos resignarse.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios