Hemos celebrado el 40º aniversario de la Constitución española, el periodo más largo de paz y libertad de nuestra historia, repleta de guerras civiles, enfrentamientos cainitas y patadas a la convivencia, basada en las diferencias sociales y la falta de derechos básicos que nos alejaban de Europa. Hoy, se habla de modificarla, olvidando su vigencia y que lo importante en estos momentos es cumplir con sus preceptos, porque si cualquier documento básico puede o debe ser actualizado, la atrabiliaria situación política en la que vivimos -de la que el Parlamento es claro exponente- no garantiza que se legase a un consenso parecido al de la redacción de 1978, basado en la generosidad y la responsabilidad, inexistentes en la actual clase política.

Las últimas elecciones en Andalucía reflejan esa situación. Me refería, en el comentario de la pasada semana -'Suspenso general'- a lo difícil que era elegir entre los líderes principales que no superaban el aprobado. Tan difícil, que la mitad del electorado se quedó en casa. Lo novedoso, aparte de la superioridad numérica de la derecha frente a la izquierda -que probablemente acabará con cuatro décadas de gobiernos socialistas- es la aparición en un Parlamento de la extrema derecha de Vox que, como ha dicho irónicamente Felipe González, hemos dejado de ser la excepción de Europa, donde hasta forman parte del poder ejecutivo. Pero aquí deberíamos tener cuidado. El mayor peligro para nuestro país es que los extremos, de derecha e izquierda, y los independentistas -reflejo de esos extremos, con sus ideas supremacistas, racistas, excluyentes-, puedan arruinar nuestra convivencia, con tanto trabajo lograda. Resucitar las dos Españas, como he dicho muchas veces, es una locura. Uno de los derrotados en las elecciones andaluzas -aparte de Susana Díaz y Pedro Sánchez, perjudicado por sus socios peligrosos- ha sido Podemos, el que pide eliminar lo único alejado de la viscosidad política actual, como es la Jefatura del Estado, encarnada en una Monarquía Parlamentaria. El señor Iglesias, que duerme plácidamente en su mansión de nuevo rico, debería haberse esforzado más para ayudar a su grupo andaluz, en vez de estimular en las calles movidas, pacíficas o violentas, para rectificar lo que fueron incapaces de frenar en lo básico en una democracia: las urnas.

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