La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa, cuando se ejerce para aprender a amar". Me vino a la mente esta tierna aseveración del gran Dante Alighieri, cuando leía, días atrás, información sobre una espectacular operación policial que ha venido a saldarse con un buen puñado de detenciones de auténticos pájaros singulares -unos con pluma y otros no- además de la incautación de bienes por valor de decenas de millones de euros, entre inmuebles, autos de altísima gama, joyas y efectivo en diversas divisas.

La operación venía a poner freno a la ilegal acción de una tupida y muy productiva trama delincuente, que se dedicaba al comercio de dos substancias, producidas sin control ni garantía farmacéutica, ni tampoco médica, en Malasia, denominadas Tadalafilo y Sildenofilo, ambas con efectos vasodilatadores -malayos, claro está- no exentos de otros, también fisiológicos, pero muy muy peligrosos para las arterias del corazón y del cerebro.

El éxito de esta fraudulenta distribución radicaba en que ambas substancias producen una deseada e inmediata alegría efusiva y casi jolgorio celestial en el sexo masculino, justo ahí, de manera que vienen a eliminar la extendida disfunción eréctil, conocida popularmente por el amorcillamiento -relajación del amor, no sea usted mal pensado- y también relax perenne en el miembro sexual de algunos varones, ya con cierta edad, permutando el molesto trastorno o desarreglo, como si de ensalmo mágico se tratase, por un empitonamiento súbito de proporciones cuasi taurinas, más propias o parecidas a la encornadura de un vitorino de entre tres y cinco años. Algo nunca visto anteriormente ni referido en libro alguno de magia o ensalmos. Un lujo, oiga!

Así, pues, esas substancias que tanto júbilo y posterior jarana y diversión prometen para estancias en catre, pitra o habitado camastro, se han venido vendiendo, a través de páginas de internet, en algunos herbolarios, tiendas veganas, hortícolas o ecológicas y hasta en algunos supermercados, rotuladas bajo más de ciento cuarenta denominaciones diferentes, pero siempre como un elixir o mejunje con tanta enjundia y fundamento sexual, lascivo y libidinoso que producía, según parece, un efecto recaudatorio descomunal, que hizo ricos de besamano siciliano a sus distribuidores y vendedores.

En cambio, a los que lo compraron les pudo sobrevenir algún angus cardíaco, quizá nada o muy posiblemente un infarto isquémico que, de forma inmediata, acabó de plano con la alegre promesa e ilusión del estiramiento fálico, tan deseado para interminables noches de amor y desenfreno. ¡Lástima!, resultaron engañados. ¿O no?

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