Postales desde el filo

Riesgo cierto

El origen de la crisis del PSOE podríamos situarlo en 2011, cuando el PP desalojó del Gobierno a los socialistas

Aunque la crisis del PSOE viene de lejos, su origen más próximo podríamos situarlo en 2011 cuando, con su mayoría absoluta, el PP desalojó del gobierno a los socialistas. Allí empezó probablemente la liquidación definitiva del fecundo periodo de renovación y crecimiento que se inició en el Congreso de Suresnes en 1974. Cuatro décadas después los socialistas afrontan un proceso, primarias y congreso, que será decisivo para el futuro del partido como, en su día, lo fue aquel. Lo que no está claro es si quienes ahora pugnan por el liderazgo del partido son conscientes de la abrumadora responsabilidad que están asumiendo. Lo cierto es que no lo parece a la vista del espectáculo al que asistimos desde hace unos meses. Tras los lamentables acontecimientos que rodearon la dimisión de Pedro Sánchez, el pasado mes de octubre, una parte del partido no reconoce la legitimidad de la gestora elegida por el Comité federal para gobernarlo hasta el congreso. Consideran que sólo representa los intereses de la parte contraria y no parecen dispuestos a acatar sus decisiones. Para colmo tampoco hay una reglamentación precisa que garantice la limpieza del proceso. El resultado es una peligrosa dinámica en la que ambos sectores se retroalimentan. Como suele suceder en estos casos, una parte se erige en portavoz de las bases frente al aparato -una adaptación interna de la gente contra la casta- de tal forma que las críticas a la dirección fortalecen su discurso y excitan a sus seguidores. Pero lo que nos dice la experiencia es que las voces críticas, lleven o no razón, no sólo no conseguirán que el aparato renuncie a las ventajas de su posición, sino que intentará presentar al antiaparato como antipartido.

Pedro Sánchez debe saberlo, él es un buena prueba de la capacidad de quienes manejan el poder de las estructuras orgánicas. Cuando Zapatero fue elegido había sido, al menos, secretario general de León. Pero convertir a un desconocido militante, sin experiencia en ningún nivel de dirección, en secretario general de uno de los grandes partidos del país es un milagro que sólo está al alcance del aparato.

Las primarias son un cuerpo extraño en una organización imperfecta y, como todos los partidos, con claro déficit democrático. Y pueden llegar a tener un efecto disruptivo si, como está ocurriendo ahora en el PSOE, acaban convertidas en una descarnada lucha tribal por el poder. Un riesgo cierto que se debería evitar.

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