Estamos a las puertas de una esperanza o de una gran decepción. No creo que haya término medio. La propuesta gubernamental de encarar un reforma constitucional para eliminar los aforamientos sitúa a los grupos políticos ante un reto que puede dar la medida de su capacidad. Es cierto que el anuncio del presidente contó con el elemento sorpresa y la intención de sacar el debate político del bucle infinito de los reproches. Pero el hecho es que la siempre manoseada y aplazada modificación de la carta magna requería de un impulso que trasladara al mundo de la realidad lo que siempre parecía una especulación inalcanzable. Ahora, por decirlo en términos deportivos, el balón está en el terreno de juego y no debería caber otra solución que jugarlo hasta el final del partido. El gobierno, al ser el artífice de la propuesta, adquiere la gran responsabilidad de intentar concluir la propuesta con un acuerdo amplio y suficiente, mientras que el resto de la fuerzas políticas deben demostrar también su propia capacidad de diálogo y de pacto
El camino de la reforma se ha iniciado con una materia, el aforamiento de los políticos, en la que en principio no se vislumbran grandes divergencias insalvables, más allá de matices y precisiones que pueden encontrar formulaciones acordadas, y por tanto no debería ser utópica la posibilidad de un acuerdo. Cierto que para ello hará falta rebajar maximalismos, atemperar pretensiones minoritarias y buscar esa línea intermedia que sin dar satisfacción completa a nadie llegue a un aceptable nivel de acuerdo. Es el primer intento real de consensuar una reforma constitucional y por eso es tan importante que no le acompañe el fracaso. Habrá que seguir con detalle donde surgen los obstáculos y cuál sería la responsabilidad de cada uno si el intento no culmina en éxito. Malograr este intento supondría una frustrante demostración de que los grupos políticos no están a la altura de las circunstancias y significaría enterrar para mucho tiempo la esperanza de la actualización necesaria de la carta magna. Mientras que si esta propuesta se corona con éxito se podría pensar que el consenso político no fue flor de una época pasada y que sería posible abordar otros cambios constitucionales más ambiciosos y también necesarios. Por eso se hace imprescindible superar el actual y mediocre debate político y predisponerse a la negociación sin reservas que faciliten el acuerdo final porque de ello depende mucho la esperanza o la frustración política de la ciudadanía.
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