Ya estarán al tanto de la polvareda levantada por la decisión de El Rubius, youtuber de éxito mundial, de trasladar su residencia a Andorra. Harto de entregar al fisco la mitad de sus muchas ganancias y argumentando que la relación entre el Estado y el contribuyente ha de ser equilibrada, lo que a su juicio aquí no ocurre, enfila el mismo camino que muchos de sus colegas.

Como era previsible, se ha formado la mundial: desde quien pide que se le decapite en plaza pública hasta los que, a veces en medios pagados por todos, le tachan de "cabrón", "niñato insolidario" o "rico de mierda". No es, creo, la mejor forma de encarar el análisis de un hecho que, más allá de la anécdota, cuestiona la racionalidad, por supuesto discutible, de nuestro sistema tributario.

De entrada, debemos diferenciar legalidad, por una parte, y moralidad y ejemplaridad pública, por otra. En relación con lo primero, lo que El Rubius hace es perfectamente legal. Si cumple con los requisitos establecidos, no puede hablarse de evasión ni de fraude.

Hoy por hoy, pues, toda censura fundada ha de insertase en el plano de la moralidad. Y es ahí, querido lector, donde las cosas se complican. Surgen, entonces, viejas preguntas. Así, es generalizada la sensación de que nuestro sistema impositivo es confiscatorio y de que lo obtenido por él se malgasta en chiringuitos y corruptelas. Sobre lo primero, aunque hay quien se ampara en porcentajes europeos, teniendo en cuenta el peso de los impuestos sobre el poder adquisitivo de la mayoría, el sufrimiento fiscal español sí que parece excesivo. De lo segundo, dígase que el dinero despilfarrado supone un porcentaje relativamente pequeño del presupuesto, espectacular, eso sí, aunque no absolutamente descalificador del empleo adecuado de nuestros ingresos fiscales.

Queda, por último, el asunto de la ejemplaridad. En mi opinión, por su influencia en los jóvenes, El Rubius sí que debiera ser ejemplar. Pero, frente a esto, ¿no sería exigible idéntica ejemplaridad en una clase política que se salta todo tipo de límites y jamás responde de nada? Si se pide ejemplaridad hay que darla primero. Y, al cabo, ¿somos nosotros una sociedad ejemplar en estos temas? Por eso, porque tengo bastantes más dudas que certezas, no seré yo quien fusile a El Rubius. Su caso, que es un síntoma, más que propiciar el insulto fácil, tendría que servir para abrir un debate que, en España, lleva demasiados años aplazado.

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