Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Saberes útiles

Preocupaban mucho más otras destrezas cuya rentabilidad se presumía inmediata

La oleada de indignación contra el racismo ha desatado una no menos preocupante: la de la estupidez. Los adalides de la corrección deciden cancelar la emisión de Lo que el viento se llevó y catalogar a Winston Churchill de racista, lo que obedece, claro, a una soberana ignorancia que aireada así, sin complejos y con el mayor de los orgullos, se convierte en la tara citada más arriba. Mientras tanto, aquí tenemos a raperos, estrellas del pop en insoportable declive y otras fascinantes criaturas haciendo circular las más delirantes teorías conspiranoicas acerca del coronavirus y cualquier majadería que se les ponga a tiro. Y allá que van otros tantos incondicionales a advertir de que las vacunas pueden inocular microchips, lo que vendría a ser lo mismo que admitir que la Virgen se apareció en el Palmar. A la hora de lamentar tal panorama, el mismo que por poco más culminó en su momento con imperios venidos abajo, hay que tener en cuenta muchas claves: la ola de nuevo puritanismo que nos sacude, el ruido terrible de las redes sociales y la sospecha de que a más de cuatro sólo les queda en el mundo una causa por defender, aunque sea la causa más disparatada jamás parida. Pero correríamos un serio peligro si no advirtiéramos la responsabilidad de la educación en todo esto. Que no es poca. Y que, ay, nos corresponde a todos.

Que alguien decida tirar por tierra las ideas, las obras y las figuras que trascendieron en su momento sólo porque no encajan con la sensibilidad contemporánea es, cierto, una estupidez. Y delata, por tanto, un profundo desconocimiento de la historia, del pensamiento y de cómo esas ideas se formulan, evolucionan e influyen a lo largo del tiempo. Ante el apogeo de tal empeño, habría que hacer una reflexión seria sobre la promoción de los llamados saberes útiles en detrimento de las humanidades que hemos vivido en España, y muy particularmente en Andalucía, en los últimos años. Se trataba de concebir la educación como un mero adiestramiento para la incorporación al mercado laboral, con mucho inglés, mucha tecnología aplicada, mucha introducción al mundo de la empresa pero cada vez menos filosofía, ética y literatura. Y lo que tenemos ahora, sorpresa, es una mayoría de analfabetos intelectuales porque preocupaban mucho más otras destrezas cuya rentabilidad se presumía inmediata. Pero este desequilibrio no es una mera anécdota. Al contrario: sale muy caro. Y costará más aún.

Así que convendría rescatar las humanidades como saberes verdaderamente útiles. Si es que se trata de nutrir el mercado de algo más que estupidez bien entrenada.

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