PARECE que lo de la nueva normalidad ha venido para quedarse. El sintagma ha hecho fortuna. Lo normal, sin adjetivo, consiste en vivir sin la amenaza del Covid y sin necesidad de Estado de Emergencia. Normal es que haya elecciones, aunque, no lo es tanto, que se celebren en una situación en la que ni el virus acaba de morir ni la normalidad de llegar. Normal es que cuando el país atraviesa la peor crisis de la democracia, los partidos acuerden soluciones que permitan mantener una razonable esperanza en el futuro: pero los pactos de los últimos días han sido una rareza, un momento de tregua, en el inútil combate. La naturaleza de la democracia, como racionalidad normativa e ilustrada, es la de encauzar los conflictos. Por ello, cuando la política es solo hostilidad y beligerancia degrada la democracia. En su libro "Contra el odio", Caroline Encke habla de la paradoja del éxito de la democracia: que sus mayores enemigos afirmen defender la "verdadera democracia".

No sé si los recientes acuerdos son lágrimas en la lluvia o si la nueva normalidad también alcanza a la política. Igual tiene que ver con las elecciones en Galicia y Euskadi. Dos territorios en los que la política no está polarizada y sus grandes partidos se mantienen en la centralidad. El ejemplo opuesto a Cataluña, cuando CIU fue desplazado de la Generalitat, perdió algo más que el gobierno: perdió su identidad centrista radicalizando su estrategia para disputarle el electorado independentista a ERC. La política catalana, que había sido un oasis en los años de mayor crispación entre PP y PSOE, se polarizó y trasladó su conflictividad a la política española. Ahí hay que buscar el origen de algunos de los males de hoy.

Que el PP de Galicia esconda sus siglas en la campaña es todo un síntoma. La mayoría de Núñez Feijóo apenas si genera dudas, solo la incógnita de si la pandemia ha afectado al comportamiento del electorado, aunque las encuestas no lo detecten. Otra duda es el antagonismo estratégico entre el PP nacional y el gallego: si el cayetanismo habrá alejado a votantes moderados. En todo caso, mejor no exhibir en la campaña a los dirigentes nacionales. Si Feijoo consigue la mayoría absoluta, sólo cabe pensar que Casado se equivoca instalándose en la polarización. Por cierto, según las encuestas. el PSOE cosecharía en ambos casos los peores resultados de su historia. También Sánchez debería sacar conclusiones.

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