Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Con la Salud Mental a cuestas

No es fácil definir lo que es la salud mental, lo cual no es óbice para que todos "sepamos" algunas cosas sobre lo que es (y no es) la salud mental, y para que, al margen de la falta de una conceptualización "canóniga", existan definiciones de la misma en las que confluyen tradiciones culturales, realidades políticas, disputas teóricas y profesionales, escalas de valores, vivencias y anhelos personales… Así que, por decirlo de algún modo, estamos refiriéndonos a un concepto subjetivo y culturalmente determinado. O sea que, por poner un ejemplo, la concepción de lo que se entiende por salud mental resulta distinta en China que en España, ya que el concepto de salud mental es también social y político, y cuando hablamos de salud mental, "hablamos" de políticas de salud mental, sin obviar por ello -sería un error- los aspectos vivenciales y psicológicos que la misma comporta; es decir, el bienestar subjetivo en nuestras relaciones afectivas, intelectuales, laborales, sociales…, porque en la vivencia que cada uno tiene de su salud mental, influyen más las políticas sociales y económicas, los medios de comunicación, los estilos de vida que se proponen, la calidad del medio ambiente y de los espacios de convivencia ciudadana, etc., que el quehacer de los profesionales sanitarios, incluido los profesionales de la salud mental.

Como todos los años, el 10 de octubre se celebró el día mundial de la salud mental, y como todos los años, como un Sísifo irredento, seguimos ascendiendo la cuesta de nuestra realidad cotidiana con el fardo de la salud mental a cuestas. Lo que sucede es que esta vez (¿será solo esta vez?), a consecuencia de la Covid, ese fardo resulta especialmente pesado. Aunque en este sentido las consecuencias ya se han hecho notar, según los expertos, el impacto en la salud mental de la población -estrés, vulnerabilidad, depresión, suicidio, aumento en el consumo de alcohol y de drogas…- no se sentirá plenamente hasta que la pandemia haya pasado. Así que ¡atémonos los machos! El enorme número de muertos (en muchos casos, sin ni siquiera realizar correctamente la labor de duelo) y de infectados que hemos tenido, los nuevos infectados y muertos que vendrán, la crisis económica, la caída de la producción, el ascenso desorbitado del paro, la pérdida de relaciones sociales y todo lo que eso conlleva, el menoscabo de los derechos civiles…, aunque aún no podamos valorarlos con datos bien fundamentados, no resulta aventurado señalar que en término de costes (personales, económicos, sociales, políticos, de convivencia ciudadana; es decir, en el meollo de lo que es la salud mental de la ciudadanía, su bienestar) van a ser tremendos.

En este sentido, debemos insistir una y mil veces en la enorme responsabilidad que nuestra "clase" política y todos nosotros tenemos en aligerar la carga granítica con la que desgraciadamente ahora nos ha tocado ascender la cuesta de la vida. Que la lucha contra la pandemia se haya politizado y judicializado, y que la ciudadanía se mueva con demasiada frecuencia entre el fanatismo y la frivolidad, no augura nada bueno. Imitemos a Sísifo y no le echemos la culpa de nuestra desventura solo al castigo de la divinidad (los virus). El buen hacer de los hombres es el mejor dique contra los ciegos designios de los dioses.

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