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José Antonio Carrizosa
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Del catálogo de la señorita Pepis y del señor Redondo para políticos volubles, Pedro Sánchez ha sacado esta semana nueva ficha: el estado no puede ser vengativo o revanchista, hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia. Está dispuesto a utilizar una aspirina para curar un cáncer. Prevé indultar a los condenados por la intentona de secesión de Cataluña en 2017, aunque los interesados lo volverían a hacer. Sánchez sostenía en mayo de 2018 que hubo delitos de rebelión y sedición en las semanas previas al 1 de octubre. Cambió de opinión en La Moncloa, lo que permitió a Carmen Calvo aquel cinismo de que como presidente nunca había hablado de rebelión.
Iván Redondo, que manda más que algunos ministros, como le pasaba a Arriola con Aznar y Rajoy, ha definido la maniobra como valiente. Dice el diccionario que valiente es la persona capaz de acometer una empresa arriesgada a pesar del peligro o el temor que suscita. El 80% de los españoles está en contra del indulto. También se opone el 72% de los votantes socialistas, incluida la vieja guardia de su partido. Así que Sánchez ha tirado los dados de su suerte, que tantas veces le han dado una buena jugada. Se diría que está valentón, que según la RAE es el arrogante que se cree guapo o valiente.
El presidente tiene a su Gobierno cogido con alfileres, y su debilidad es aprovechada por el secesionismo catalán para apretar. El nuevo president de la Generalitat sigue hablando de presos políticos y de exiliados. Aragonés repite la doctrina del principal socio de la coalición gobernante en España: ERC quiere la independencia y como paso previo una amnistía general para los secesionistas. El soberanismo niega que los encausados hayan cometido delito alguno. Les pasa como a Lukashenko, que hace de pirata aéreo y luego protesta de una supuesta conspiración internacional contra Bielorusia. El president, igual: sigue hablando de represión generalizada contra Cataluña.
El indulto sería aceptable si el intento de concordia fuese compartido por ambas partes. Por el contrario, considerar a la justicia vengativa abona la teoría de la represión y envalentona al ultranacionalismo catalán. Si existiese esa conciliación mutua, el indulto sería además una medida de cierta equidad, porque beneficiaría a quienes se quedaron a dar la cara y han estado en prisión, y dejaría fuera, pendientes de juicio, a quienes huyeron cobardemente y se han dedicado a denigrar a la democracia española para justificar sus errores. Pero no estamos en ese escenario: mientras Sánchez afloja, Puigdemont, Junqueras y compañía lo ahogan.
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