Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Desde Santurce a Jerez

EL 1 de enero de 1908 Cristóbal de la Quintana y Margara González Gordon contrajeron matrimonio en la capilla jerezana de las Oblatas. El lunes se cumplen cien años de este hecho privado. Los novios eran primos hermanos y el cortejo amoroso se produjo en la ciudad francesa de Tours, donde ella estudiaba interna en un colegio de monjas y él estaba alojado en un hotel mientras perfeccionaba su francés. Con el inglés no había problemas: el padre del novio, Ricardo de la Quintana y Murrieta, era un vasco adinerado que trabajaba en Londres con firmas de Jerez.

Los novios de aquella boda de Año Nuevo tuvieron siete hijas. Unas niñas muy singulares. Chicas de mundo, a juzgar por su perfil: jugaban al tenis, montaban a caballo, veraneaban en Santurce, hablaban un inglés impecable. Lo tenían todo para haber triunfado en sociedad: garbo, belleza, idiomas, estirpe. Vivían en una casa a la que llegó desde Inglaterra un Rolls Royce con el chófer puesto, un tal Hunter, aunque la guerra del 14 lo reclamó a filas y nunca volvió. El padre era la quintaesencia del dandy. Iba a misa en berlina; a la feria, en landó. Aquellas siete niñas se atrincheraron en un microcosmos llamado El Altillo. Sólo dos de ellas salieron, la mayor para casarse con un pretendiente cojo, descendiente del rey de Irlanda, aunque volvió cuando se quedó viuda; y Mercedes, la quinta, que presa de un arrebato místico, ingresó como monja en un convento de Segovia del que se exclaustró a la semana.

La temprana enfermedad de la madre cambió los planes de futuro. Con la cuarta de la saga interrumpen la costumbre de viajar a Inglaterra. La patria idiomática de una retahíla de nannys o institutrices: Miss Byrne, que además de inglés les enseñó a hacer punto y murió con 104 años; Miss Burke, que procedía de las Irlandesas y acabó en un manicomio en Gibraltar; o Miss Cox, que había vivido en Singapur.

La endeble salud de la madre hizo que a Casilda, la mayor, la amamantara un ama de cría de Bilbao. Para criar a Margara, la cuarta, trajeron a una mujer de Bollullos del Condado. Esta historia es Memorias de África en Jerez. El papel de Isak Dinesen lo ha hecho mi amiga Begoña García González-Gordon. En Las Niñas de El Altillo, la historia de un paraíso destruido por el tiempo y un alcalde, le ha salido una involuntaria y extraordinaria novela. No desentona la compañía de Chesterton (La superstición del divorcio) entre los libros editados por Los Papeles del Sitio. La estampa de las siete niñas, monjas traviesas, yendo a misa en bicicleta al requisarles tras la guerra los coches es una estampa proustiana. Y Begoña ha narrado con la maestría de su paisano Caballero Bonald (Ágata ojo de gato) la molicie que deja el paso del tiempo.

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