la tribuna

José Sánchez Luque / Foro andaluz Diamantino García

Semana Santa e imágenes de Dios

EL llanto de María Magdalena ante el sepulcro vacío de Jesús expresa el desgarro ante lo que hemos perdido. Por ello nos es tan cercano su dolor y nos conmueve tanto su desconsuelo. Su llanto en la madrugada del domingo expresa una inmensa decepción: todo su mundo se ha derrumbado en unos instantes. Con la muerte de Jesús y con la desaparición de su cuerpo ya no le queda nada de lo que daba sentido a su vida, nada de lo que le había devuelto la razón de sus existir.

También nuestros llantos, la mayoría de las veces, son por nosotros mismos. Quedamos atrapados en la angustia de la pérdida y se alarga nuestro dolor, incapaces de acoger la novedad que puede tener cada acontecimiento. Lo inesperado irrumpe de modo tan ajeno a lo que conocemos que somos incapaces de reconocerlo. Nuestra imagen de Dios nos sirve, pero a la vez nos impide incorporar lo que es demasiado nuevo.

La presencia de Jesús para María y los primeros discípulos había sido cercana, cálida, tangible. Pero todo había desaparecido de pronto sin darles tiempo a reaccionar. Como María, también nosotros lloramos la pérdida de muchas imágenes de Dios y asistimos al duelo colectivo por la disminución alarmante de un cristianismo auténtico y de calidad en nuestra envejecida Europa. Nos cuesta sostenernos en le vacío. No es fácil vivir en una sociedad en la que los valores cristianos son contraculturales, en la que cada vez más el que vive como cristiano se siente casi como un extraterrestre. Nuestra tristeza y nuestra decepción nos impiden reconocer las nuevas e inéditas manifestaciones del Resucitado, con formas y nombres tal vez desconocidos. Las nuevas imágenes de Dios y de Jesús nos llegan de modo inesperado. Nos animan a superar nuestra imagen de un Dios justiciero y opresor al que hay que temer.

Necesitamos ser alcanzados en lo más hondo del corazón para poder recibir y reconocer al Dios de Jesús, no solo como resucitado, sino también como resucitando en nuestra vidas. El Cristo que resucita está albergado en cada interior humano y en nuestra sociedad. Hay semillas de divinidad por doquier. Ya el filósofo, científico y místico Blas Pascal llegó a decir que en una gota de agua hay más de Dios que de agua. Jesús de Nazaret viene de nuevo en cada Semana Santa a despertarnos, a decirnos que siempre está amaneciendo en nuestras vidas a pesar de nuestro adormecimiento. Para ello, hemos de disponernos y dejarnos tocar por él, así trasformará la totalidad de nuestra persona: la afectividad y la inteligencia, la memoria, la sensibilidad y el deseo, el compromiso en la lucha por la justicia y por la paz.

Pero seguimos atados a inercias que nos frenan y nos resistimos a quedarnos sin imágenes de Dios. Tenemos la tentación de retener las antiguas y ello nos priva de poder gozar con la nueva imagen de un Dios sorpresivo, fascinante y liberador. La muerte y la resurrección de Jesús nos introducen en un nuevo dinamismo que apenas ha comenzado. Aunque estas nuevas imágenes de un Dios, distinto al que hemos creído, no son percibidas con total claridad. Pero podemos intuirlas, pues los dogmas no son fórmulas estáticas en las que encerramos a Dios, sino señales en el camino que nos indican una dirección a seguir para adentrarnos en un Dios siempre nuevo, siempre mayor y siempre menor. Aunque toda palabra o formulación sobre Dios será siempre un balbuceo, un comienzo.

El gesto impresionante de Jesús, tomando la condición de esclavo, bajándose hasta lavarles los pies a sus discípulos, poniéndose a los pies de la humanidad, nos habla de una imagen sorprendente de Dios. Para encontrarle hay que buscar por abajo, hay que decrecer, abajarse hasta lo ínfimo. Entonces lo hallamos a nuestros pies. Pero para percibirlo así es necesario que cambiemos nuestras imágenes de Dios y dejar que se muestre allí donde nosotros no lo sabemos ver. Porque lo impresionante no es que la divinidad se abaje, como escribía Ignacio de Loyola, sino que la divinidad está abajo, libre de toda pretensión, presente en los perdedores de nuestra sociedad y sosteniéndonos en nuestro peregrinar siguiendo sus huellas. Ojalá la Semana Santa del 2011 nos estimule en nuestro camino interior hacia el descubrimiento de esa imagen de Dios más de acuerdo con el Evangelio y no con las imágenes heredadas de la filosofía platónica o aristotélica que tan presentes han estado y siguen estando en nuestras prédicas. Semana Santa: una llamada a mirar el Evangelio, ¡la única autoridad de la Iglesia!

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